Estaba en París en 1998 cuando estalló el escándalo Clinton-Lewinsky y juzgué que era una excelente oportunidad para ver cuál era la reacción de los franceses ante un affaire político (recuérdese que casi le cuesta la presidencia a Clinton), que comprometía los límites entre lo público y lo privado. La actitud unánime de mis colegas profesores universitarios, mujeres y varones, era de risa ante la mojigatería de los “gringos”. Quedaba claro que para ellos (y después comprobé que también para el francés común y corriente) era impensable que una relación sexual entre dos adultos, mutuamente consentida, pudiera provocar una crisis. Su reacción, en resumen, era que eso pertenecía a lo privado y quedaba fuera del ámbito de lo político.
En Estados Unidos los usos son otros, y la frontera entre lo público y lo privado está en otro lugar. Periódicamente somos testigos de cómo una infidelidad termina con la carrera de un político, o de un predicador, o de cualquier otro personaje público. La infidelidad es considerada una cuestión de escrutinio público y merece graves sanciones. Definitivamente los usos de los franceses deben saberles a los norteamericanos al tipo de perversiones a las cuales los juzgan propensos.
He citado estos dos ejemplos para ilustrar que los límites entre lo público y lo privado no son absolutos sino son relativos, pues son construidos culturalmente, y pueden ser tan variados como diversas son las culturas de los seres humanos. Que el líder de un importante partido político, que pretende llegar a la presidencia, tuviera un almuerzo privado con una correligionaria, con rosas y corazones y con velas encendidas en el dormitorio, provocaría en París un guiño cómplice, pero en algunos países del Medio Oriente podría terminar con la muerte por lapidación no del varón (¡qué va!) sino de la dama comprometida en el incidente.
¿En qué punto de la escala nos situamos los peruanos? Tengo la impresión de que el impacto que tendrá el incidente -grave, regular o irrelevante- en las elecciones del próximo domingo nos dará un importante indicador. Puede confinarse al ámbito de lo privado con una importante precisión: en tanto exista consentimiento y una relación igualitaria entre los comprometidos. Excluye por lo tanto las relaciones de poder establecidas, por ejemplo, entre una autoridad y sus subordinados o subordinadas, y por supuesto el recurso a la violencia, sea esta física o psicológica.
En el incidente en el que se ha visto comprometido el señor Julio Guzmán existe otra dimensión fundamental, que escapa completamente al ámbito de lo privado: su apresurada fuga, después de haber provocado un incendio (salvo que decida achacárselo a su acompañante), desentendiéndose del riesgo en que puso la vida de, por lo menos, los habitantes del edificio, que con muy buen criterio fueron desalojados por los bomberos hasta controlar el siniestro, así como a la muy cuestionable actitud de dejar a su pareja sola, para que se las arregle como pueda. Alegar que salió a buscar a su seguridad para que lo ayude a controlar el siniestro insulta la inteligencia, salvo que se conciba la existencia de guardaespaldas que no están al alcance de una llamada desde el celular de aquel a quien tienen que proteger. Lo cierto es que su reacción ante esta crisis calza muy bien con las actitudes que le conocemos de estos años: ocultamiento, mentiras y fuga.
Esperemos los resultados del próximo domingo.