“A Eguren pareciera importarle un rábano las víctimas. Y que solo le interesa salir bien librado reputacionalmente, a cualquier costo”.,Hace un par de domingos, el 2 de diciembre, Día D, programa que conduce Pamela Vértiz en ATV, emitió un reportaje sobre el obispo sodálite José Antonio Eguren y sus amenazas judiciales contra Paola Ugaz y el arriba firmante. El reportaje llevaba la rúbrica de Lorena Ormeño, y al parecer no le gustó un pelín al monseñor. Acto seguido, respondió al viejo estilo sodálite. Con cartas notariales bravuconas. Con epístolas rectificatorias que blandea como espadas de Damocles. En plan, ya saben: “Si no propalan mi versión o exhiben un sesgo, les podría generar responsabilidades legales”. Lo típico. En realidad, envió dos cartas. Una previa al informe, firmada por su abogado. Y una segunda, postnota televisiva. En esta última me achaca que cito fuentes anónimas. Y se pone en plan leguleyo. Si los testimonios no dan la cara ni su nombre ni exhiben su deeneí, entonces no existen. Y en ese plan. Él sabe perfectamente que existen, por cierto. Y sabe exactamente quiénes son. Pero claro. Identificarlos sería un acto de tal crueldad que no imagino cometiéndolo ni siquiera al cínico de Eguren. Porque ello sería, además de una cabronada, la mayor mezquindad que podría hacérsele a una víctima. Cosa curiosa. El propio Sodalicio ha reconocido que “Santiago”, la fuente que acusa a Eguren de encubridor en ATV, ha sido el testimonio más importante y emblemático en el marco de las denuncias contra Figari y su organización de características sectarias y cariz religioso. No obstante, Eguren omite este dato sumamente relevante como si fuese insignificante y desestimable, desdeñando el protagonismo silencioso de quienes tuvieron los cojones para denunciar. Porque “Santiago”, si no quedó claro, no es cualquier incógnito. “Si tú sabías de los abusos que Figari realizó conmigo (…) ¿no es correcto llamarte encubridor?”, escribió “Santiago” en su blog de La Mula, dirigiéndose abiertamente a Eguren. Y en Día D, a la par de ratificar su señalamiento, le dijo a Lorena Ormeño: “No espero que monseñor Eguren haga un mea culpa cada sermón, pero nunca haber hecho por lo menos uno, da la fuerte impresión que desea mantener su nombre aislado de los graves delitos cometidos. Pero cuando además de su silencio cómplice, busca callar a quienes expusieron los fundamentales males que su organización realizó, me parece repudiable”. Opino igual. A Eguren pareciera importarle un rábano las víctimas. Y que solo le interesa salir bien librado reputacionalmente, a cualquier costo, embarrando, de paso, a quienes hicieron de mensajeros en las denuncias contra su institución. Lo que tampoco dice Eguren es que el Caso Figari solo fue la punta del iceberg en la historia de un movimiento totalitario y oscurantista, del cual él fue parte del “núcleo fundacional”, aquel que contribuyó en la entronización de una cultura de abuso de poder que rigió por cerca de cuarenta años. Así las cosas, cabe gatillar algunas preguntas. ¿Qué tipo de pastor es Eguren? ¿Cómo así, con todas las transformaciones emprendidas por el papa Francisco a lo largo de este 2018, hay obispos que continúan ciegos y necios? ¿Es posible que todavía abunden prelados que no se hayan dado cuenta de que existe un antes y un después de la visita a Santa Marta, la residencia del pontífice católico, por parte de los chilenos Juan Carlos Cruz, James Hamilton y Jose Murillo? Nunca había visto a un papa meter la pata hasta los corvejones, y luego disculparse, enmendar y rectificar. Y, sobre todo, tomar acciones eficaces, de esas que no tienen vuelta atrás. Francisco nos ha mostrado a los escépticos que, a pesar de algunos primados altaneros que se pasan la humildad por el forro, el cambio todavía es posible en la iglesia. Digo.