La teoría ortodoxa del comercio internacional dice que cada país debe especializarse en aquellos productos en los que tenga una ventaja comparativa.,La guerra comercial comenzada por Trump contra China, pone de cabeza el orden económico internacional diseñado, establecido y ejecutado por el propio EEUU desde 1944. Sus consecuencias van mucho más allá del comercio pues cuestionan profundamente la teoría económica ortodoxa y evidencian la voluntad de Trump de preservar la hegemonía de EEUU en el Siglo XXI. Veamos. La teoría ortodoxa del comercio internacional dice que cada país debe especializarse en aquellos productos en los que tenga una ventaja comparativa. Si la naturaleza te dio cobre, pues prodúcelo y vende todo lo que puedas. Igual si tienes petróleo. También si tienes buena tierra y clima para cultivar bananos, café, soya o trigo. Lo mismo vale si tienes la capacidad de producir máquinas que hacen automóviles, aviones, electrodomésticos, computadoras y cohetes espaciales. Aprovecha tu ventaja comparativa en tener tecnologías de última generación, un capital humano altamente tecnificado y, también, una cantidad apreciable de capital para poner en marcha todo lo anterior. Eso producirá una división internacional del trabajo, donde cada país ocupará su lugar. Aquí algunos podrían objetar y decir: “¿no será que los países con las industrias sofisticadas se van a beneficiar más con esta especialización ya que esos productos son más caros que los recursos naturales, además que los precios de estos recursos se determinan en los países donde están las industrias? No, dice la teoría ortodoxa. Y te explica que todos ganan con el libre comercio ya que, con el tiempo, los precios de los productos industriales (que al principio son más caros) se van a igualar con los de las materias primas. ¿Por qué? Porque la productividad aumenta más cuando la tecnología es superior. Y eso hace que sus precios bajen. En cristiano, si bien inicialmente con la venta de una tonelada de cobre podías comprar un auto, poco a poco, con la misma tonelada de cobre comprarías dos autos. No solo eso. A mediados del siglo XX se introdujo el teorema de la igualación de los precios de los factores, que plantea que no solo se igualará los precios del cobre y de los autos, sino que también tenderán a igualarse el precio del capital y el del trabajo: los obreros peruanos ganarían los mismos sueldos que los de EEUU. Por tanto, la teoría del libre comercio basada en las ventajas comparativas sería, en verdad, una teoría del desarrollo en sí misma. Bastaría con privilegiar nuestras ventajas comparativas para llegar directamente –y sin atajos– al crecimiento y, mejor aún, al desarrollo. Ayayay, ojalá fuera así de fácil. La cuestión es que no lo es pero –ahí está el problema– así es como te la empaquetan los propagandistas neoliberales. No te dicen, por ejemplo, que los propios economistas afirman que la igualación de los precios de los factores solo se lograría si se cumplen determinadas condiciones, como que la tecnología sea igual en todos los países, lo cual no es el caso. Sigamos. Es cierto que el comercio aumenta la productividad y los ingresos. Pero lo es también que en EEUU muchas industrias cerraron porque los empresarios se las llevaron a países donde pagan menores sueldos (globalización dixit). Y se les dijo a los trabajadores “no se preocupen, ya vienen las industrias nuevas a darles chamba”. Hasta el día de hoy están esperando. Y esos mayores ingresos pueden estar muy mal distribuidos dentro del país. Y de hecho lo están, como lo constata el FMI, preocupado por la creciente oposición popular al libre comercio. Dice que éste “afecta de forma diferente a los ingresos de los trabajadores de diferentes sectores y habilidades y también afecta de forma diferente el costo de vida de diferentes consumidores a través de sus efectos en los precios relativos de los bienes y servicios” (1). Ajá. Entonces el título de la película cambia: hay perdedores y ganadores con el “libre comercio”, tanto entre países como dentro de ellos. No es un “gana gana”. Y en nuestros países la cosa es peor pues la especialización en materias primas nos aleja de la repartición de las ganancias de productividad (Raúl Prebisch, de CEPAL, decía los “frutos del progreso técnico”) que se dan, en lo esencial, en la industria. Lo que disparó los precios de las materias primas desde del 2004 al 2013 fue la industrialización de la economía china (sobre todo, desde el 2001, cuando ingresa a la OMC). Por una década los neoliberales festejaron el supuesto triunfo de la teoría ortodoxa: “¿Vieron? Sigamos produciendo minerales. No cambiemos nada. Viva el piloto automático. Y aquel que diga que no, es un agorero del desastre, un pájaro de mal agüero”. Hasta que se acabó el “superciclo” y llegó Trump (continuará). 1 FMI, perspectivas de la economía mundial (en español), demanda reprimida: síntomas y remedios, octubre 2016, página 73, www.imf.org.