Los llamados “conversos” tenían que demostrar, cada vez que podían, su nueva devoción para no levantar sospechas.,No hace falta mayor esfuerzo para encontrar en el ciberespacio lo que Galarreta pensaba del fujimorismo. En el 2011 decía que había sido un episodio nefasto y cuestionaba a los entonces congresistas de Alianza por el Futuro. Eso era antes, pero Galarreta se convirtió. Tal vez le prometieron ministerios o lo que es hoy: el áspero presidente del Congreso de mayoría naranja que defiende como un viejo fujimorista los intereses de su partido, no los del país. La palabra converso empezó a utilizarse en la España de la Edad Media, cuando los judíos y musulmanes que habitaban la península Ibérica fueron amenazados con la expulsión si es que no se convertían al cristianismo. Cientos de miles de personas fueron expulsadas por motivos religiosos de los territorios de la Corona para unificar el reino español bajo la ortodoxia católica. Otros, sin embargo, renunciaron a su fe para abrazar la religión predominante y quedarse. No obstante, muchos de los “cristianos viejos” no creían en estas conversiones porque consideraban que se habían vuelto cristianos solo por conveniencia. Por eso los llamados “conversos” tenían que demostrar, cada vez que podían, su nueva devoción para no levantar sospechas. Tal vez, el ejemplo más notable es el de Torquemada, quien dirigió la Santa Inquisición en su periodo más sanguinario, a fines del siglo XV. Fray Torquemada tenía sangre judía y por eso se esforzaba en ser el más cruel con los herejes. Cuando escucho al actual presidente del Congreso amenazar con una ley contra los “medios mermeleros”, propiciar la construcción de un parque temático versión fujimorista, cuando da entender que lo más importante en los audios del CNM son las fuentes y no lo que revelan, o cuando se aferra a la autonomía del “primer poder del Estado” para encajar el pleno extraordinario convocado por el presidente Vizcarra, Galarreta se vislumbra como un converso de aquellos.