Acaso para América Latina en los próximos años haya que apostar, antes que por grandes utopías, por una era de sensatez y sentido común. ,En las últimas semanas he comentado que hasta no mucho parecía haber en nuestros países una variedad de modelos disponibles, alternativas de izquierda, de derecha y socialdemócratas que podían reivindicar ciertos éxitos. Hoy, sin embargo, ninguno de ellos luce bien. ¿Qué hacer entonces? ¿Qué lecciones podemos sacar de lo visto en las últimas semanas? Aquí algunas de mis conclusiones: -Disciplina macroeconómica. A pesar de que el “Consenso de Washington” ha sido muy vapuleado, creo que el primer mandamiento del “decálogo”, que prescribía disciplina fiscal, se mantiene. En medio de sus grandes diferencias políticas, Bolivia y Perú fueron dos de los países a los que mejor les fue en lo económico; algo en común que tuvieron fue mantener disciplina fiscal (llegando a tener superávits fiscales entre 2006 y 2013), reducir los niveles de endeudamiento, acumular reservas internacionales como porcentaje del producto. Es la gran diferencia que explica la relativa estabilidad boliviana frente a los desórdenes de Venezuela, o las dificultades dejadas a los gobiernos actuales en Ecuador o Argentina. -Economía de mercado, políticas redistributivas, políticas sociales. En general, la mejor combinación parece ser el mantener la economía de mercado, impulsar medidas redistributivas que permitan mejorar nuestros niveles impositivos, captar mayores recursos fiscales para ser destinados a la implementación de políticas sociales para beneficiar a la población más vulnerable. Perú es un país que, en el contexto latinoamericano, podría haber hecho mucho más. Seguimos siendo uno de los países de la región que menos gasta en educación, en salud, como porcentaje del producto, y con niveles de presión tributaria por debajo del promedio de la región. Lidiar con el tamaño gigantesco de nuestra economía y sociedad informal es el gran desafío. -Participación, democratización. Ciertamente, las instituciones de la democracia representativa liberal, elitista, de partidos, parece claramente insuficiente para expresar a nuestras sociedades, crecientemente complejas. Abrir espacios a la participación y consulta a la sociedad, promover mecanismos de transparencia, control, fiscalización y aporte de ciudadanos resulta imprescindible. Pero también es cierto que en muchos contextos este tipo de prácticas, impuestas de manera vertical, expresan más bien intentos de control de la sociedad, de construcción de estructuras clientelísticas, de manipulación, de limitación a la acción de grupos opositores. Las promesas de democracias “participativas y protagónicas” terminan en la construcción de regímenes autoritarios. Los peruanos también sabemos de eso, en la década de los noventa, lo que muestra que los riesgos de autoritarismo pueden venir desde la derecha como desde la izquierda. -Pluralismo político, acuerdos y transparencia. Nuestras democracias no están lejos de los riesgos de proyectos hegemonistas, basados en mayorías circunstanciales que pretenden perpetuarse en el poder. Tenemos mucho que recorrer en cuanto al reconocimiento del pluralismo; suena sensato apostar por la construcción de acuerdos y pactos. Al mismo tiempo, si ellos se hacen de maneras poco transparentes, terminan en esquemas elitistas, excluyentes frente a la sociedad, y corruptos. Al final, resulta que es difícil construir o fundamentar grandes modelos ideales en el momento actual. Acaso para América Latina en los próximos años haya que apostar, antes que por grandes utopías, por una era de sensatez y sentido común. Que lamentablemente, escasea tremendamente en estos tiempos.