Además de exhibirse como huérfanos de ideas e iniciativas ante esta lacra que sigue carcomiendo la credibilidad de la iglesia, nos volvieron a restregar en la cara que con Figari no está pasando nada, ni pasará nada. ,“Una sentencia muy dura”, adelantó el futuro cardenal Pedro Barreto. Y aludía al comunicado suscrito por la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica sobre el Caso Sodalicio. Particularmente se refería a una sanción que se le aplicaría a Luis Fernando Figari, luego de su apelación al dictamen vaticano del 30 de enero del 2017. Y la verdad, la verdad, el comunicado no contenía ninguna sanción fuerte ni rigurosa ni justa ni sólida ni nada. Era, para decirlo con todas sus letras, una cantinflada. En realidad, el documento lo que pretendía era exorcizar la sensación instalada en la opinión pública de que el Vaticano protege y cobija a Figari en Roma. Porque, en buen romance, en eso se centró el texto. En que a Figari nadie lo estaba resguardando ni se le estaba concediendo privilegio alguno. Que el motivo por el cual reside actualmente en Roma fue una decisión de Alessandro Moroni, el superior general de la institución católica peruana, y no de la Santa Sede. Y que ahora el destino podría cambiar, y ello dependería del actual comisario interventor, refiriéndose al prelado colombiano Noel Londoño. Y así. Fue una lavada de manos en plan Pilatos, digamos. Porque luego de leído el enrevesado escrito enviado por el importante dicasterio del cual depende la existencia del Sodalicio, y que fue leído por Miguel Cabrejos, presidente de la Conferencia Episcopal peruana, a continuación intervino el obispo de Chiclayo, Robert Prevost, quien, para más señas, es el segundo vicepresidente del episcopado nacional. Prevost, en la misma línea del brasileño Joao Braz y el español José Rodríguez Carballo, los mandamases del dicasterio de las Sociedades de Vida Apostólica, tampoco dijo nada sustantivo ni algo que merezca destacarse. Salvo generalidades que sonaban a exculpación ante cualquier eventual señalamiento. Que la pederastia “no solo es un problema de la Iglesia Católica”. Que ya antes se habían pronunciado sobre el tópico, y para demostrarlo se remontó a un comunicado ¡de hace tres años!, en el que describían las denuncias reveladas en la investigación periodística Mitad monjes, mitad soldados como un “execrable crimen”. Que iban a crear Centros de Escucha para las víctimas. Que ya las solicitudes papales de perdón por estos escándalos se remontarían desde los tiempos de san Juan Pablo II (si me apuran, el santo de los pederastas, porque si alguien encubrió depredadores ese fue el pontífice polaco; ahí están las investigaciones de los periodistas Jason Berry y Gerald Renner, entre otros). Que los procesos jurídicos en la institución católica, como en el mundo temporal, también son largos y lentos. Que la Iglesia Católica se compromete a buscar la justicia, y frases de ese corte, frases huecas y demagógicas, digo, que siempre se repiten y luego no tienen ninguna correlación con la realidad. Honestamente, para hacer el ridículo, o un saludo a la bandera, o una finta artificiosa como la absurda conferencia de prensa del viernes último, mejor se hubiesen quedado callados. Porque además de exhibirse como huérfanos de ideas e iniciativas ante esta lacra que sigue carcomiendo la credibilidad de la iglesia, nos volvieron a restregar en la cara que con Figari no está pasando nada, ni pasará nada. Porque la resolución de enero del 2017, que para Barreto es una “sentencia muy dura”, se mantiene en todos sus extremos. En la impunidad e injusticia más absoluta, es decir. ¿Por qué? Porque a las víctimas de Figari se les sigue considerando “cómplices”. Porque a sus crímenes y delitos evidentes se les sigue definiendo como “actos gravemente pecaminosos” o “errores”. Porque pese a los testimonios (que nunca buscaron, y encima prejuzgaron de “genéricos”) determinaron que jamás abusó de menores. Porque pese a la obviedad de que Figari no era un depredador solitario, sino que claramente debió contar con cómplices, jamás se preocuparon en identificar a sus compinches. Porque prohibírsele que conceda entrevistas a los medios supone mantener viva la cultura del silencio y del secretismo. Porque no expulsarlo de la institución por considerarlo “mediador de un carisma de origen divino” es una afrenta y una tomadura de pelo, desde cualquier punto de vista. Porque dejar por escrito que el Sodalicio correrá con todos los gastos para que Figari lleve “un estilo decoroso de vida, considerando las posibilidades del Sodalitium (que son infinitas), los recursos personales del Sr. Figari (que son cuantiosos) y las reales necesidades de este último (que son inagotables)” sigue siendo una bofetada ultrajante contra las víctimas. Francisco, luego de meter la pata varias veces y hasta los corvejones, finalmente nos demostró en Chile que estaba firmemente decidido a combatir la pedofilia clerical. Lamentablemente, cada vez está más claro que son sus arrogantes prelados quienes se resisten a acompañarlo en esta dantesca confrontación.