Un título a nombre de la nación falsificado resulta en cierto modo una bomba de tiempo.,No es una forma de corrupción particularmente intensa, pero sí bastante extendida. Los funcionarios, elegidos o nombrados, que declaran estudios inexistentes son un club cada vez más amplio, que incluye plagiarios. En algunos casos se está falseando un requisito. Pero en otros se declara méritos educativos incluso en situaciones en las que nadie los está reclamando. Podemos suponer variados motivos. El clásico es compensar una desventaja en competencias donde se fija un nivel de instrucción indispensable. Siempre es una mentira riesgosa, pues la educación es un mundo de registros, y educarse es un proceso con testigos. Un título a nombre de la nación falsificado resulta en cierto modo una bomba de tiempo. Sin embargo lo que facilita algo la superchería es que con las reconocidas debilidades de tantos centros educativos hay fuertes posibilidades de que una ausencia del grado de instrucción declarado simplemente no se note. Pero seguramente hay motivos más complejos que la simple estafa, más sutiles, más sociales. Entre ellos la necesidad de impostar atributos considerados valiosos por los demás, ocultar lo que se considera una minusvalía. En otros casos también el humano placer de obtener algo a cambio de nada; ciertamente no una educación. En la política esto incluso puede ir un poco más lejos. Hemos visto a congresistas presentarse con estudios, cuando la ausencia de ellos suele ser garantía de un origen en la penuria, un valioso adorno en la competencia electoral. Tal vez allí es el impulso a cumplir viejos deseos frente a la tentación que ofrece un formulario de hoja de vida. Cabe sospechar que estos motivos más elaborados son hijos de un vertiginoso ascenso social. Se llega a un espacio donde los estudios realizados visten y su ausencia devalúa. Hace pensar en algunas apremiantes necesidades de título nobiliario. Lo educativo es igual de exigente, al grado que ser autodidacta inexplicablemente llega a ser motivo de desdén. Con la digitalización los métodos para detectar este tipo de falsedades se han sofisticado, pero hasta ahora es una liebre que no logra alcanzar a la tortuga. Por ejemplo las mentiras en el Congreso recién se descubren cuando su beneficiario ha juramentado, y goza de un nuevo tipo de defensa, comenzando por la del espíritu de cuerpo parlamentario.