Si narramos la película en sentido inverso, el desenlace que estamos viviendo no es sorprendente. Lo cual no lo hace menos angustioso, pero por lo menos nos deja una desconsolada sensación de comprender lo que sucede. El “malmenorismo” que domina todas y cada una de nuestras elecciones este siglo tiene un costo. Por evitar que el fujimorismo se hiciera del poder, elegimos a un Presidente cuya debilidad no es solo coyuntural, es decir fruto de la situación política en la que el partido de oposición controla la mayoría absoluta en el Congreso. Las decisiones de PPK nos mostraron su incapacidad para gobernar, una y otra vez. Si a eso se añade su carencia de apego a la verdad –recuérdese la recurrente ambigüedad de sus declaraciones respecto de su pasaporte norteamericano– y su entorno de personajes ligados al mundo de los negocios, era solo cuestión de tiempo hasta que saltaran las revelaciones que nos tienen en vilo. Ahora es tarde para lamentarse. Como dice Borges en el ‘Poema de los dones’: “Nadie rebaje a lágrima o reproche”. Las decisiones del JNE en las últimas elecciones no nos dejaron otra opción a quienes pensamos que el fujimorismo no había cambiado. Y no lo había hecho. El golpe en marcha contra nuestras instituciones no deja lugar a dudas. Lo que no pudieron lograr en las urnas, lo están intentando arrebatar controlando al Tribunal Constitucional y destituyendo al Fiscal de la Nación. Esto es solo el comienzo. ¿Por qué se detendrían? Lo único que puede pararlos es una excepcional manifestación de repudio en las calles. Sin embargo, el papel de la calle es, por definición, volátil e inestable. Está claro a quién no se quiere, pero no a quién sí. Como la vacancia del Presidente parece a estas alturas ineluctable, los escenarios subsiguientes son altamente especulativos. Si Vizcarra asume la presidencia, tendremos una breve tregua, probablemente hasta que se vaya el Papa. ¿Pero luego? El fujimorismo y sus aliados apristas no parecen tener una estrategia definida. Por el momento se limitan a manejar la situación, tratando de no mostrarse demasiado ávidos de hacerse del poder a costa de arrasar con la gobernabilidad y perjudicar seriamente la economía del país. El problema es que el nivel de los congresistas de FP hace muy difícil este manejo ponderado de la crisis. Uno de los fantasmas más temidos de los partidos de extrema derecha es aparecer como débiles. Si esto se aúna a la ya mencionada debilidad intrínseca del Gobierno de PPK, las vociferaciones y acciones destempladas de FP, como en el caso del allanamiento de sus locales y el amedrentamiento a los fiscales, los delatan. A todos, en realidad. El nefasto papel del Frente Amplio en estas horas graves va en ese mismo sentido. A los ciudadanos nos toca recordar quién hizo qué y exigirles cuentas. El bien común, una vez más, ha brillado por su ausencia. Lo que no pudieron lograr en las urnas, lo están intentando arrebatar controlando al TC y destituyendo al Fiscal de la Nación. Esto es solo el comienzo.