Hay verdades que amargan y matan en democracia. Voté por Kuczynski en la segunda vuelta porque podría haberse abierto la posibilidad de una plataforma política de concertación, gobernabilidad y cambio. Además de la motivación vital de evitar que el segundo fujimorismo llegue al poder. El nuevo gobierno optó por la visión tecnocrática y el desdén hacia la política en su primer gabinete (Zavala) y en una posibilidad de relanzamiento político con el segundo gabinete (Aráoz), un ukase desbarata al gobierno. La realidad nos sacude con verdades amargas. Primera verdad amarga. Kuczynski tenía mucho que ocultar sobre los proyectos de Odebrecht. Lástima. Al parecer PPK no pudo separar política y empresa. Mintió voluntariamente con respecto a sus vinculaciones directas e indirectas con la empresa más corrupta de la región. La falta existe; se constata en que sus defensores a lo más demandan “un debido proceso”, que debe existir. La suerte parece estar echada. Segunda verdad amarga. La derrota del antifujimorismo “ético”. Lava Jato es un misil inmenso y brutal sobre los proyectos y entornos de Toledo, Humala, Villarán y ahora Kuczynski, actores que ganaron con el discurso (y un sentimiento) antifujimorista, lavando banderas y evocando la independencia del dinero. De ello no queda nada. El antifujimorismo no pudo concertar ni gobernar bien y con transparencia; permitiendo que el fujimorismo, derrotado en el 2000, sea mayoría hoy. Tercera verdad amarga. La derrota de una tecnocracia. No solo en lo que se refiere a la operatividad de aquella para gobernar bien y deprisa (sin partidos, sin política, sin políticos). Esta tecnocracia facilitó con conocimiento, solvencia y “clase” un modelo de relaciones público-privadas donde todo lo nefasto podía suceder; se rediseñó un Estado “pituquizado” (A. Vergara) sin capacidad de regular y sancionar. Cuarta verdad amarga. La gente distante asume que pase lo que pase en política, las cosas no cambiarán en su vida. Sociedad desconfiada; apatía inmensa y la idea de que todos somos culpables de algo. Las encuestas lo reiteran. Para cada vez más peruanos (arriba y abajo, Lima y provincias) es “necesaria” la corrupción para vivir, hacer plata o sobrevivir. Quinta y superamarga verdad. El partido más criticado y resistido es el menos tocado por el diluvio de Lava Jato. Los “renovadores” devinieron en lo viejo y el viejo partido tradicional arañado, golpeado y con sus propios errores, no se encuentra en alguna delación o prueba que lo quiebre en su sentido político. El odio anti-aprista no debe preocupar. Sí debe exigir significativa reconversión desde el propio Apra, que su no culpabilidad amarga, irrita o superamarga a una parte importante de peruanos de a pie. Verdades para reflexionar.