Pronto se cumplirá medio año de intenso Lava Jato en la política peruana, en principio una operación de limpieza. ¿Cuales han sido sus efectos? La teoría sigue siendo que toda persona tocada por Odebrecht queda políticamente liquidada para todo fin práctico. Las encuestas sugieren que no siempre es así. Hay políticos que se han quemado en los medios, pero que siguen con más o menos igual aprobación. Ya se sabía que la relación entre percepción de corrupción y desaprobación no es automática. El político con los dedos chancados puede sufrir una caída momentánea. Pero por lo general se recupera, y la mirada pública se traslada de sus defectos a sus aparentes virtudes. Lo que no se había visto es que descrédito y popularidad habitual se dieran tan en simultáneo. Lava Jato está funcionando como un gran homologador: todos lo padecen, por acusación directa, por delación no comprobada, por indicios, o por simple sospecha. Pero como no es el único efecto en el mercado político, resulta difícil medirlo. Los dos ex presidentes comprometidos ya eran guiñapos políticos antes de que empezaran los destapes. ¿Se hubieran recuperado en otras circunstancias? Improbable. La sensación es que nadie está perdiendo opciones presidenciales por contagio de Lava Jato, ni ganándolas gracias a una inocencia en el tema. ¿Significa que Lava Jato es un tigre de papel ético? Puede terminar en eso. Los serios delitos del fujimorismo se terminaron diluyendo en buena parte de la memoria popular, desapareciendo como el agua en el agua. ¿Significa esto también que hay peores cosas para la opinión pública que recibir dinero de una constructora brasileña? Así parece. Más importante que el lastre de la culposidad podría ser la capacidad del político de ofrecer soluciones convincentes a los problemas de estos tiempos. En otras palabras, un discurso capaz de sobreponerse al prurito persecutorio. Nótese que a pesar de que Odebrecht operó sobre todo en las regiones durante décadas, seguramente con el mismo estilo que en la capital, Lava Jato probablemente es visto como una obvia obsesión del centralismo. Quizás allá no creen que si se resuelven los misterios de Lava Jato se habrán solucionado los problemas de la centenaria corrupción en el Perú.