El fujimorismo quiere linchar, legalmente se entiende, a Rafo León por algunas de las groserías de la China Tudela, y boicotear comercialmente la revista donde él publica. Este personaje de ficción (siempre es bueno puntualizarlo) se despacha con algo más que irreverencia desde hace largos años en las páginas de Caretas. León es un autor satírico. No necesariamente gusta a todos, pero es evidente que tiene un público. Tudela es en sí misma la caricatura de lo que ha dado en llamar una socialité. Básicamente un personaje pituco y tonto, y la gracia de su discurso es ser simplemente demasiado, mientras navega las aguas de lo social y políticamente incorrecto. En casi 30 años ha pisado muchísimos callos, pero sus atributos han envejecido. Tudela es una caricatura que a la vez desde su bobería caricaturiza a los personajes de la actualidad peruana. Funciona como una ingenua que suelta lo que le pasa por la cabeza, con poca conciencia de lo que está diciendo. En ese ejercicio se tramitan burlas sangrientas, no pocas veces empapadas de racismo, y de clasismo. El único remedio para esto es pasar la página. Ahora el congresista Luis Galarreta ha amenazado a León con acciones legales por un par de pullas de muy dudoso gusto soltadas por Tudela contra figuras de Fuerza Popular. El presidente del Congreso confunde la realidad con la ficción, y choca con la libre expresión en la literatura, y de paso también en la caricatura. La sátira, sobre todo la sátira política, es un género peruanísimo. Mirando hacia el pasado, desde comienzos del siglo XX, Luis Alberto Sánchez opinaba que en diversos grados de aspereza era el género por excelencia de nuestras letras. Esto en tiempos en que las libertades no eran tan cuidadas como ahora, y los desafíos a duelo eran un peligro permanente. Los comentarios de León/Tudela sobre los políticos que le desagradan son agua de malvas comparados con los ataques de Felipe Pardo y Aliaga contra la naciente república, o rivales como Andrés de Santa Cruz (“la jeta”). Pero sus destierros no fueron por su pluma, sino por su actividad política en un tiempo de caudillismo militar. Para quienes están buscando un antídoto para los dardos de Tudela, el mejor es dejarla tranquila. En lo personal no soy fan de esa página, pero tengo muy claro que enjuiciar a su autor sería un inaceptable despropósito.