La justicia tiene que ser igual para todos. Si los fiscales han transformado los financiamientos de las campañas electorales (que no son delitos) en lavado de activos para acusar de corrupción a Humala y a Nadine, entonces deben hacer la misma acusación a KF y AG, quienes, según Marcelo Odebrecht, han recibido igual o mayor financiamiento. Si este es un delito, todos los candidatos que lo recibieron deben estar presos. Humala y Nadine atraen los odios de las derechas y las izquierdas. Las derechas no superan el trauma y la humillación de la derrota del 2011. Las izquierdas no olvidan la traición de Humala para ponerse al servicio de las derechas, pero estas no se sienten satisfechas. Ellas quieren más sangre para saciar su sed de venganza. Ya los tienen presos. Ahora celebran la prisión en sus portadas, en sus editoriales y en sus columnas de opinión. Moraleja: Nadie se atreva a disputarle el poder a la derecha y menos a ganarle. El caso de Ollanta y Nadine saca a luz las limitaciones y los sesgos de la justicia en el Perú: el peso de los medios concentrados en el funcionamiento de los poderes del Estado, la captura partidaria y la falta de autonomía del poder judicial y la mediocridad (¿y corrupción?) de ciertos jueces y fiscales. Los medios concentrados le ponen la agenda al poder judicial, levantan exageradamente los casos que los fiscales y jueces deben mirar y juzgar y tapan y encubren otros casos para que la justicia no los vea. González Prada escribió en 1914 lo siguiente: “Mas nada debe sorprendernos en un país donde la corrupción corre a chorro continuo, donde se vive en verdadera bancarrota moral, donde los hombres se han convertido no solo en mercenarios sino en mercaderías sujetas a las fluctuaciones de la oferta y la demanda. Una conciencia se vende y se revende hoy en el Perú, como se vende y se revende un caballo, un automóvil o un mueble. Admira que en las cotizaciones de la Bolsa no figure el precio corriente de un ministro, de un juez, de un parlamentario, de un regidor, de un prefecto, de un coronel, de un periodista, etcétera”. ¿Qué ha cambiado un siglo después? Nada o casi nada.