
Desde hace años, hay una confusión global reinante en torno al Premio Nobel de la Paz: que se lo tienen que entregar a una persona “buena”, noble, bondadosa. No era eso, exactamente, lo que quería Alfred Nobel, el inventor de la dinamita y creador de este galardón. Su deseo era que este fuera entregado a quien haya trabajado más “en favor de la fraternidad entre las naciones”.
O a quien promueva procesos de paz. De allí que lo hayan ganado Henry Kissinger, un diplomático tan brillante como maquiavélico (por contribuir al fin de la guerra de Vietnam); o Yasir Arafat e Isaac Rabin, dos guerreros de Oriente Medio, por haber intentado crear una ruta para la paz en la convulsa región. No se trataba de personas precisamente pacíficas.
A veces, incluso, la entrelínea de esta distinción va dirigida a que la persona galardonada afiance una salida negociada y no una incursión militar. Quizás por allí habría que entender el premio otorgado a María Corina Machado, la corajuda e insistente líder de la oposición venezolana. Está en el epicentro de la lucha contra la tiranía de Nicolás Maduro y su influencia es crucial.
Como hemos visto en Oslo, su posición frente a la posibilidad de que EE. UU. ataque Venezuela ha sido, cuando menos, nebulosa, si no anuente. Y no ahora, sino desde hace algunos años. Eso, y su apoyo al régimen israelí a pesar de la infame masacre en la Franja de Gaza, es lo que vuelve a su premio controvertido. En su persona se juntan contradicciones que no son nuevas en el Nobel.
Pero a la luz de sus propias palabras cuando se refiere a una “solución pacífica”, y del discurso de Jørgen Watne Frydnes en la ceremonia central al recordar a Nelson Mandela, Machado tiene una oportunidad real para la paz venezolana: evitar el estallido bélico y apostar por la reconciliación. Como lo hicieron el líder sudafricano y Desmond Tutu, su compañero de lucha (otro Nobel).
Ya sabemos que Maduro es un autócrata intransigente y cruel, aunque ahora muy presionado políticamente. Una salida negociada no es imposible, y que se logre es algo que la gente, y el propio Alfred Nobel, esperarían de un galardonado. No hay que olvidar que una solución militar cuesta vidas, dolor, y que… no es algo que promueva la fraternidad entre las naciones.

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