
Los buques militares que ha desplegado EE. UU. en el Caribe, cerca de Venezuela, tienen un propósito evidente: amedrentar a Nicolás Maduro, demostrar quién ronca en el barrio. No es necesario especular en clave ‘antimperialista’ sobre eso. Pete Hegseth, el secretario de Defensa, ha dicho que no se detendrán, que tienen los recursos para eso, que esto continuará.
La lógica es la que deslizó el propio Donald Trump al inicio de su mandato: “vamos a imponer la paz por la fuerza”. Lo que, en los hechos, significa el mandato del más fuerte, el ataque pasando por encima del Derecho Internacional, de la soberanía, de la diplomacia. Como ocurrió en Irán hace unas semanas, cuando incluso se inventó el rótulo ‘La guerra de los 12 días’.
Porque quiere hacerlo, pues. Porque, además, el mandatario norteamericano parece querer logros, luego de no haber podido detener la guerra en Ucrania “en 24 horas”, o de su delirante e insistente propuesta para convertir Gaza en la ‘Riviera del Oriente Medio’. Al menos podría incluir en su currículum la caída del dictador venezolano, como trofeo geopolítico.
Para conseguirlo, ha construido un relato difícil de sostener. Nadie dudaría en este sufrido barrio latinoamericano asolado por el narcotráfico que es urgente neutralizar ese mal social, ese generador de macabra inseguridad. Solo que desplegar barcos de guerra para combatirlo, además de poner precio a la cabeza de un presidente, suena cuando menos extraño, desbocado.
En esta puesta en escena no se puede obviar tampoco el factor petrolero, por el cual Washington ha movido cielos, tierra y misiles en las últimas décadas. Si ese recurso no estuviera sobre la mesa, tal vez la caída de Maduro podría esperar y nuestra región pasaría, como de costumbre, a uno de los últimos cajones de un escritorio del Salón Oval, para solo salir de cuando en vez.
En 1989, cuando George Bush invadió Panamá para llevarse al general Manuel Antonio Noriega, otro impresentable histórico, protestaron la ONU, el Parlamento Europeo, hasta la OEA. Si ahora Trump aprieta la presión, cae sobre territorio venezolano, entraríamos a los tiempos del garrote 2.0, con el agregado de que nada asegura que luego de eso llegue la democracia a Caracas.

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