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Opinión

La caída del cura Baertl, por Pedro Salinas


El dato. El sacerdote Jaime Baertl Gómez y Juan Carlos Len Álvarez son quienes, por encargo de Luis Figari, manejan los negocios del Sodalicio
El dato. El sacerdote Jaime Baertl Gómez y Juan Carlos Len Álvarez son quienes, por encargo de Luis Figari, manejan los negocios del Sodalicio. | La República

Hace rato que cayó en desgracia. Pero con él no es. Como le dijo al exsacerdote sodálite Jean Pierre Teullet, no siempre la verdad nos hace libres, o algo así, cuando trató de persuadirlo de que no insistiera en sus pesquisas sobre el jaqueo de las comunicaciones dentro del Sodalicio, una práctica aparentemente común durante un tiempo largo, reconocida por él mismo en un correo electrónico que le escribió a Teullet.

Miembro de la denominada “generación fundacional”, junto con Germán Doig, Virgilio Levaggi, José Antonio Eguren, Pepe Ambrozic, Alfredo Garland, Emilio Garreaud, entre otros, Baertl terminó siendo, luego de la muerte de Doig, el sodálite con mayor ascendencia sobre el movimiento figariano.

Llegó a ser el primer sacerdote sodálite, por accidente, luego de la deserción de Tano Zas Friz, quien decidió irse con los jesuitas. Recuerdo aun su primera misa ante la comunidad, pues Baertl adquirió la particularidad en sus primeras celebraciones eucarísticas de elevar la hostia en cámara lenta, con una languidez de tortuga, creando un clima calculado y agobiante, que podía durar minutos que se hacían eternos.

El Sodalitium de entonces, sin ser todavía una sociedad de vida apostólica de derecho pontificio, logró que el cura Baertl se incardinase en aquella asociación de jóvenes laicos, blancos y de buenas familias, de derechas y nutridos con idearios fascistas, como el de José Antonio Primo de Rivera o del rumano Cornelio Codreanu.

Con el tiempo, luego de iniciar todo tipo de emprendimientos y tropezar con algunos fracasos, Baertl se fue convirtiendo, palmo a palmo, en el cura empresario, en el negociante con alzacuellos, hasta empoderarse como el referente económico de la organización de Figari, rodeándose de un entorno de arribistas sin escrúpulos, que se beneficiarían de las gestas económicas del principal mercader del templo sodálite.

Sin embargo, el despegue como mago de las finanzas, según las investigaciones de mi colega Paola Ugaz, lo haría recién a partir de 1999, de la mano de Gonzalo Flores Santana, un abogado omnipresente en la Conferencia Episcopal Peruana, quien, junto a los futuros cardenales Sistach y Ghirlanda, lograron colocar algunos de los negocios del “cura Jaime” bajo el paraguas del Concordato de 1980.

Baertl habría logrado el sueño húmedo de cualquier agremiado de la CONFIEP: no pagar impuestos. Es lo que hicieron con los cementerios sodálites. De ser privados pasaron a ser “misiones”, y, en consecuencia, negocios exentos de tributar ante el fisco peruano.

Más tarde, la amistad con los nuncios Passigato y Musaró le permitió otro pequeño paso en plan Neil Armstrong, y convirtió sus “misiones” en “islas tributarias”, mientras que, en paralelo, fue diversificando y ampliando su emporio comercial. Pero claro. La felicidad no es eterna. Y los “problemitas institucionales”, frutos del vicio de origen del Sodalitium, comenzaron a restallar y a enturbiar las cosas.

Las denuncias de Escardó en el 2000. El programa especial de Cecilia Valenzuela que le puso los reflectores a dicho movimiento fotofóbico, en 2001. Los señalamientos de Héctor Guillén, en 2002. El escándalo del sodálite Daniel Murguía, ampayado en flagrancia por la policía en un hotelucho a pocos metros de la plaza San Martín, retratando a un niño de once años desnudo, en 2007. Y los descubrimientos internos de la entonces fraterna Rocío Figueroa, desde 2008, sobre la doble vida del candidato a santo, Germán Doig (fallecido en 2001), entre otros, pusieron a Baertl de una mala leche espantosa, pues tuvo que priorizar los asuntos reputacionales, apagar incendios, gestionar crisis, borrar huellas, que afectaban su afición más placentera: hacer plata. 

Y así se la pasó Baertl, amasando negocios por aquí, por allá y por acullá, dando escopetazos cuando las cosas no caminaban a su ritmo, hasta la publicación de Mitad monjes, mitad soldados (Planeta, 2015), que exhibió un antro totalitario y corrupto, en el que las vejaciones a los derechos humanos y el formateo de secta eran parte del sello con el que se marcaba a fuego a sus adeptos, encubierto tras una fachada católica.

El fundador y sus vicarios y sus superiores y sus formadores y sus directores espirituales podían hacer lo que hacían, con absoluta impunidad, debido al soporte financiero y la estructura económica que les amparaba y sostenía, que, asimismo, era ad hoc a las necesidades de un líder megalómano y sociópata, que contagió con su halitosis y su ADN putrefacto todo lo que tocó y creó.

Apartado Figari desde 2010, cuando toda la cúpula sodálite intentó conjurar la crisis de los abusos, todo fue para peor, pese a que sus fanáticos vociferantes, falangistas de correaje y talibanes sedientos de sangre, como el estridente Alejandro Bermúdez, replicaban desaforadamente. Desde entonces y hasta este segundo, todo hay que decirlo.

Lo que siguió a continuación es por todos conocido. Intervino el papa ante la incompetencia de los obispos peruanos, a través de una Misión Especial y Personal. Expectoró a Baertl, Bermúdez y compañía. Y se anunció la supresión del Sodalicio y todas sus ramas, algo que aún no se formaliza, pero debería suceder pronto.

Baertl, en particular, ya no puede actuar a nombre del Sodalicio ni puede ejercer el sacerdocio mientras un obispo no lo incardine en su diócesis. Con él, todos sus acólitos se han quedado sin piso, y ahora, enajenados, se dedican a chillar histéricamente en las redes sociales, creyendo ilusamente que, a la muerte del papa, podrían volver a sus actividades lucrativas.

Más todavía. Baertl no cesa de enviar cartas notariales a este diario solicitando rectificaciones, esgrimiendo además absurdos monumentales. “Es falso que el Vaticano me haya sancionado”. “Es falso que haya mentido en mi declaración ante la Fiscalía”. “¿Qué tiene que ver el Operativo Valkiria conmigo?”. Que él es en realidad una víctima de acoso mediático de mi colega y amiga Paola Ugaz. Y en ese plan.

Y es que, Baertl, acostumbrado a no perderse ningún tren porque se subía a todos, no quiere enterarse de que le cortaron la vía, que los rieles ya no existen más. Que cayó el telón, y la historia se acabó. Aunque lo más pintoresco del colorín colorado de esta singular historia del Sodalicio es que, si se mantiene en rebeldía, con su arrogancia altanera, ausencia de autocrítica y contumacia, no descarto que, a él, y por lo menos a un par de sus secuaces, los dimitan del estado clerical. Tal cual se la está buscando ese otro personaje de soberbia insufrible, que no acepta las medidas disciplinarias por sus conductas depredadoras.

Pero claro. Esto último es solo una especulación.   

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