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Opinión

La destrucción física y psicológica en el Sodalicio, por Martin Scheuch

"Los sobrevivientes arrastraremos daños personales durante todo lo que nos quede de vida. Sin embargo, Francisco nos ha devuelto la esperanza, y nosotros, a diferencia de ellos, sí deseamos que no se muera pronto”.

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¿Un carisma original confiado a un grupo de abusadores?

La “generación fundacional” del Sodalicio —concepto acuñado por el mismo Luis Fernando Figari— estuvo integrada en su mayor parte por un grupo de alumnos egresados del Colegio Santa María (Marianistas) de Monterrico (Lima, Perú) en los años 1973 y 1974 —a saber, José Ambrozic, Germán Doig, José Antonio Eguren, Emilio Garreaud, Alfredo Garland, Luis Cappelleti (exsodálite), Raúl Guinea, Franco Attanasio (exsodálite), Juan Fernández (exsodálite)— pero también pertenecen a ella Virgilio Levaggi (exsodálite), del Colegio Italiano Antonio Raimondi, Jaime Baertl y Alberto Gazzo (exsodálite), ambos del Colegio de la Inmaculada (Jesuitas).

Fue con estas personas que Figari consolidó un grupo que le seguía fielmente y que serviría para darle forma a la institución y desarrollar la ideología y la disciplina sodálites. (…)

Sin embargo, nos hallaríamos ante una curiosa manera del Espíritu Santo de seleccionar sus herramientas: Luis Fernando Figari, el fundador, es un abusador. No solo él. De la generación fundacional han sido abusadores sexuales Germán Doig (fallecido) y Virgilio Levaggi. Otros han destacado a su vez por otras formas de abuso. Así, han sido expulsados del Sodalicio José Ambrozic, Mons. José Antonio Eguren, arzobispo emérito de Piura y Tumbes, y el P. Jaime Baertl por faltas graves contra consejos evangélicos que prometieron cumplir escrupulosamente y que provocaron grande escándalo. (…)

Los “médicos del Sodalicio” y su complicidad con el abuso

Era práctica común en el Sodalicio que los informes médicos no fueran entregados al paciente perteneciente a alguna rama de la familia Sodálite, sino directamente a los superiores, violando así el secreto profesional y la confidencialidad debida al paciente. Para ello, Figari contó con la complicidad de algunos médicos, vinculados de una u otra manera a la “familia sodálite.

(…) Para casos de enfermedad mental entre sus seguidores, Figari contaba con los servicios del doctor Carlos Mendoza, un psiquiatra adoctrinado dentro de las filas del Movimiento de Vida Cristiana, que habría tratado crisis vocacionales de sodálites y fraternas con psicofármacos y que estaría firmemente convencido de que la homosexualidad es reversible mediante procedimientos psiquiátricos. Él habría tratado, a partir de 1997, al pederasta serial Jeffery Daniels, respecto a quien el Sodalicio ha reconocido oficialmente por lo menos 12 víctimas menores de edad, y habría participado del encubrimiento que se hizo de su caso, sin que sus delitos fueran denunciados ni a las autoridades civiles ni a las instancias canónicas correspondientes.

(…) “Los aspirantes éramos examinados por el Dr. César Salas (médico sodálite de confianza de Figari), incluyendo palpación de genitales ‘para verificar que todo esté bien’, según nos dijo”. En San Bartolo, un balneario al sur de Lima, estuvieron situadas las casas de formación donde ocurrieron los peores abusos físicos y psicológicos, asimilables a tortura y violaciones de derechos humanos.

Aquí denuncio públicamente que 1) estas prácticas del Sodalicio no respetan el secreto profesional; 2) los profesionales implicados no gozan de independencia profesional necesaria, pues ellos también deben obediencia a los superiores, los cuales controlan el proceso entero; 3) los tratamientos psicológicos no han abordado las causas, sino que han tendido a ocultar la enfermedad; 4) el riesgo de padecer una enfermedad física o psicológica grave entre los sobrevivientes de la familia Sodálite es desproporcionadamente elevado respecto al resto de la población general. (…)

Podemos llegar, pues, a la conclusión de que el Sodalicio, junto con todas sus excrecencias, no es un signo de salud en la Iglesia católica, sino una enfermedad maligna que debe ser extirpada para bien de todo el Cuerpo.

Algunos, como el cardenal Gianfranco Ghirlanda, después de su exitosa operación de lavado de imagen de los Legionarios de Cristo que hizo junto al cardenal Velasio De Paolis, pretende hacernos creer que un Dios puede conceder un carisma originario a un inicialmente buen cristiano como Marcial Maciel: luego, siendo infiel a dicho presunto carisma divino, serían sus seguidores quienes lo desarrollarían. “Por sus frutos los conoceréis” (Mt 7, 16). Señor cardenal, ¿la larga lista de supervivientes de la familia Sodálite son los “preciados frutos” que puede exhibir el Sodalicio?

(…) Algún día el cardenal Ghirlanda, buen amigo del Sodalicio al menos desde la década de los 90, también nos tendría que explicar el ballet jurídico que realizó para transformar lo que eran sociedades lucrativas, como los cementerios Parque del Recuerdo, en “misiones católicas” puestas por el P. Jaime Baertl, Mons. José Antonio Eguren y sus esbirros bajo el Concordato de 1980 y, por tanto, exentas de pagar tributos, primer paso para convertirlas finalmente es “islas tributarias” que permitieron una enorme operación de lavado de dinero en diferentes offshores, las últimas en Denver, EEUU.

En la página web oficial del Sodalicio no se nombra a Figari. El escamoteo seguido por el actual Sodalicio en manos de José David Correa provocaría ternura de lo naif que es, si no fuera porque esconde una realidad delictiva: no pueden hacer desaparecer como por arte de magia a su Fundador. No pueden decir que, ex nihilo, el Sodalicio apareció de improviso en 1997, año de su aprobación como sociedad de vida apostólica de derecho pontificio. Figari está ahí y estará ahí mientras exista el Sodalicio y toda la familia de grupos manifiestamente abusivos que él fundó.

El final está cerca y hay que hacerlo bien

La supresión del Sodalicio junto a la Fraternidad Mariana de la Reconciliación, las Siervas del Plan de Dios y el Movimiento de Vida Cristiana, todos ellos grupos que se derivan directamente del falso carisma de Figari y, sobre todo, la rendición de cuentas de todos aquellos que han sido responsables del abuso sistemático de los sobrevivientes, no solo es necesaria. Es un precedente a considerar al evaluar aquellos movimientos y realidades eclesiales que, en su momento, constituyeron la así llamada “primavera de la Iglesia” (Juan Pablo II, 1998). El papa Francisco lo tiene claro: el Sodalicio es irreformable.

(…) Alejandro Bermúdez, el solista dirigido por Jaime Baertl y José Antonio Eguren, con la ayuda de Guillermo Ackermann, Gonzalo Valderrama, Luciano Revoredo y otros mariachis que les siguen la cuerda, con su control enfermizo de la narrativa sodálite, completan la operación de abuso y encubrimiento.

El esperpento protagonizado por Giuliana Caccia y Sebastián Blanco, insistiendo en unos hechos manifiestamente probados como falsos, los define a todos ellos. El reciente encuentro de los periodistas Paola Ugaz, Pedro Salinas y Elise Ann Allen con el papa Francisco pinchó el globo de sus mentiras. (…)

Pero yo me pregunto: ¿tuvo Sebastián Blanco la desfachatez de decirle al papa que lo contado por Salinas y Ugaz en su libro Mitad monjes, mitad soldados era falso, como parece ser que habría afirmado ante la Misión Especial Scicluna-Bertomeu? ¿Insistiría también Giuliana Caccia ante el papa en ser “víctima” de las víctimas Escardó y Scheuch, el último, quien escribe? ¿Le dirían también que las víctimas son “activistas mediáticos”?

Los sobrevivientes arrastraremos daños personales durante todo lo que nos quede de vida. Sin embargo, Francisco nos ha devuelto la esperanza, y nosotros, a diferencia de ellos, sí deseamos que no se muera pronto. Larga vida a Francisco.