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Opinión

El contraste de los emprendedores en Perú: populares y de marca

El emprendedor peruano enfrenta desafíos complejos: mientras algunos buscan subsistir, otros exploran nuevas oportunidades. La formalización y el apoyo equitativo son esenciales para que ambos sectores prosperen y fortalezcan la economía.

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Hombres y mujeres pueden ser parte del programa de emprendedores. Foto: USS

“Quiero poner un negocio, sacar para mis gastos, ayudar a mi familia, darme algunos gustitos y listo. Estoy agotado en mi trabajo, solo me hacen ver expedientes, me pagan poco y encima tengo un jefe abusivo”. “Mi papá vino desde chico a la capital y sin estudios, así solito puso una tienda de abarrotes y con eso nos mantuvo. Ahora yo como su hija quiero tener mi propia tienda, pero de cosméticos; mi papá ya me enseñó a hacer negocio”. “Me he quedado sin trabajo y tengo un niño de 2 años. Sé hacer tortas y dulces, voy a poner mi tienda virtual porque no puedo quedarme sin hacer nada”.

¿Cuántos de nosotros no hemos observado o escuchado miles de historias similares? En nuestras propias familias, amigos, vecinos y un largo etcétera. Lo real es que, en el Perú, la capacidad de agencia para generarse ingresos es la más alta de la región según un reciente informe, presentado en este mismo diario, que señala que nuestro país es- por segundo año consecutivo- el epicentro de los emprendimientos latinoamericanos.

Ser emprendedor es lo que desde hace unos años podría considerarse, lo políticamente correcto para enfrentar situaciones de adversidad como la falta de oportunidades laborales, la generación de otra fuente de ingresos porque el sueldo no alcanza o simplemente el hecho de sentirse bien con uno mismo de poder “hacer algo”. Total, no hay de otra en un contexto como el peruano.

La reciente literatura y la narrativa al respecto nos señala que los referentes del emprendedurismo nacional son quienes más situaciones adversas han enfrentado y salido airosos. Es la población que además de soportar la compleja crisis estructural del país -como la corrupción, malos servicios públicos, inestabilidad política y debilitamiento institucional- también ha lidiado con situaciones más comunes como la pobreza, la discriminación o la violencia.

Aquí tenemos ejemplos concretos: desde los talleres textiles en Gamarra, los fabricantes de muebles del parque industrial de Villa El salvador, los comerciantes del mercado Humantanga en Puente Piedra, los reparadores de celulares en el Centro Comercial Montevideo del Centro de Lima, hasta los adolescentes y jóvenes Kpopers de la Alameda 28 de Julio y las redes sociales. A este sector los denomino los “emprendedores populares”.

De aquí surgen justamente referentes locales como “el rey de la papa”, “de ambulante a empresario”, “la reina de las salchipapas” o “el rey de los jeans”. Algunos de ellos, corren la suerte de ser sostenibles, convertirse en micro o pequeñas empresas y continuar un camino empresarial exitoso. Pero la mayoría no lo logra.

Un emprendimiento exitoso puede evolucionar hacia una microempresa y muchos de ellos comienzan siendo tal. Sin embargo, 8 de cada 10 micro y pequeñas empresas (mypes) que se crean en el Perú solo llegan a los dos años de funcionamiento. De acuerdo al gremio Mypes Unidas del Perú, en la última década, aproximadamente 1.4 millones de empresas han cerrado debido a varias razones, incluyendo crisis políticas y económicas. Muchas de estas mypes han dejado de funcionar formalmente y han pasado al sector informal.

Pero también están, lo que yo denomino los “emprendimientos de marca”. En contraste a los emprendimientos populares, en este grupo están aquellos vinculados a las startups y propuestas de bienestar social. En este tipo de proyectos, participan mayormente hombres jóvenes, con educación superior universitaria y donde 3 de cada 4 tiene otro empleo, por lo tanto, emprender es más una complementariedad que no afectará sus ingresos diarios, frente a la realidad del otro grupo descrito párrafos arriba.

De acuerdo al texto “El sujeto emprendedor”, se señala que la mayoría de las políticas públicas (como Startup Perú) y fondos privados (como Wayra de Movistar) se enfocan en este tipo de emprendimientos y todas ellas tienen la característica de estar formalizadas ya sea como micro, pequeñas o medianas empresas. Además de otras características que se desprenden del origen mismo de los emprendedores. No ahondaré en este último aspecto porque no es difícil darse cuenta.

Aquí no se encuentra a la “reina de la alita broaster de SJL”, aquí encontramos al “genio detrás de cierta app”, “el innovador creador de contenido”, “la estratega de una tienda virtual” y otras denominaciones bastante comerciales. Aquí asumir riesgos es más una aventura del proceso que un tema de subsistencia y necesidad diaria.

Hay matices y contrastes entre nuestros emprendedores nacionales, es real y generar las condiciones equitativas para que ambos espacios se desarrollen no va a cambiar si no se cambian o se generan los principales incentivos para promover el fortalecimiento del 99.5% de mypimes, por ejemplo. Que son aquellas que generan el 70% de empleo en el país y aportan el 40% al PBI según el INEI.

En términos más sencillo, si el “rey de la papa” genera 100 puestos de trabajo sostenibles, pero no es formal, es el Estado el llamado a convertir la formalidad en una herramienta atractiva para esa persona y miles como él. Empezando por destrabar la burocracia, enfrentando la corrupción en todos los niveles de gobierno (sobre todo a nivel municipal), acercando los servicios públicos a través de visitas itinerantes y ventanillas únicas y promoviendo incentivos concretos.

“La formalidad no me sirve de nada, solo se quedan con mi dinero” es el sentir de muchos pequeños empresarios y emprendedores. Los incentivos tributarios podrían funcionar también para ellos como se les otorga a las grandes empresas. ¿Acaso no sería atractivo poder devolver el valor de 1UIT a todo emprendedor que haya decidido formalizarse y haya empezado a pagar impuestos durante su primer año de funcionamiento? Yo creo que sí.

En un panorama donde el emprendimiento es tanto una necesidad económica -donde gran parte de nuestros emprendedores tienen este perfil- así como una búsqueda de realización personal, es necesario apoyar tanto a los emprendedores populares como a los de marca. Mientras que los primeros enfrentan desafíos muchos más significativos de subsistencia y precariedad, los segundos exploran nuevas fronteras tecnológicas y de mercado. ¿Quién podría oponerse a ello? Solo un miope.

La clave está en crear un entorno donde cada emprendedor, sin importar su origen o sector, pueda prosperar. Reconocer y apoyar esta diversidad no solo fomentará mayores inversiones y generación de empleo, sino que también responderá al deseo de los jóvenes de querer hacer empresa en su país (el 54.3% es joven entre 18 y 34 años). Por lo tanto, se necesita una respuesta desde lo colectivo y no desde lo individual.