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Opinión

El proyecto caviar, por Jorge Bruce

Son una proyección de las culpas, no reconocidas o rechazadas, de mafias representadas en el Congreso, el Ejecutivo y algunos grupos de opinión, que expulsan y localizan esos contenidos indeseables hacia lo que la encuesta designa como caviares.

larepublica.pe
BRUCE

La idea de designar un chivo expiatorio se remonta a la antigüedad. Está mencionada en la Biblia (Levíticos 16). En el Antiguo Testamento se relata cómo el pueblo judío, en el Día de la Expiación, sacrificaba un chivo (un macho joven) para purificar sus culpas mediante el sacrificio del animal. La palabra “expiatorio”, según el DRAE, significa tanto borrar las culpas como purificar un templo o algo profanado. Es decir, este ritual se efectúa antes del acto de venerar.

Con el paso del tiempo, lo que en su origen fue un acto religioso para el bien de la comunidad, que encontraba alivio en este ritual de matar un animal y enviar otro al desierto para beneficio de Azazel (un demonio mayor, tal como figura en la espléndida novela El maestro y Margarita de Mijail Bulgakov), se ha convertido en otra cosa. Una que puede ser familiar, grupal o política. También psicoanalítica y a eso vamos.

La encuestadora IPSOS hace un sondeo titulado “La percepción de los peruanos sobre los ‘caviares’”. Los resultados arrojan que los caviares son percibidos como autoritarios, vagos, ricos, de derecha, llenos de odio y una gran mayoría de los encuestados se siente lejos de ellos. Pero ¿quiénes son “ellos”? Esta pregunta es medular, porque “ellos” no existen. Son una proyección de las culpas, no reconocidas o rechazadas, de mafias representadas en el Congreso, el Ejecutivo y algunos grupos de opinión, que expulsan y localizan esos contenidos indeseables hacia lo que la encuesta designa como caviares.

El caviar es, en buena cuenta, una proyección inoculada a un fantasma. El mecanismo de defensa que los psicoanalistas denominamos proyección, consiste precisamente en eso: evacuar aquello que nos ensucia o mortifica, porque nos hace sentir culpables, y no queremos admitirlo, en otra persona o grupo. Por eso es menester revestirlos de todos los atributos que nos avergüenzan o causan malestar. La encuesta de IPSOS lo dice a las claras.

El término “caviar” fue utilizado originalmente en Francia para designar a los intelectuales de los cafés más refinados de la ribera izquierda del Sena. Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir o Albert Camus se reunían en cafés de Saint-Germain-de-Près como Les Deux Magots o Le Café de Flore. La novela de Simone de Beauvoir, Los mandarines, toma su título de la figura de dos mandarines chinos en el citado Les Deux Magots. Hoy esos cafés emblemáticos continúan en el mismo lugar, abarrotados de turistas adinerados que pueden consumir a precios exorbitantes. Los mandarines continúan ahí, observando en silencio el rumor del tiempo y sus mutaciones.

Lo que se les reprochaba a estos pensadores era su apoyo a causas de izquierda, mientras llevaban una vida de comodidades y lujos en el corazón de París. Pero nadie los percibía como autoritarios ni perezosos (su producción intelectual era infatigable, como lo atestiguan la gran cantidad de libros de todos ellos que se siguen leyendo hoy). Tampoco se les consideraba personajes llenos de odio, aunque sí críticos y propensos al debate, lo que en efecto se puede constatar leyendo sus numerosas e influyentes obras. Era tal la dominación intelectual y política que ejercían estos y otros intelectuales franceses, que se llegó a la aberración (que yo mismo en algún periodo de mi juventud suscribí) de acuñar la triste frase: “Es preferible estar equivocado con Sartre que tener razón con Aron”. Mientras que Sartre asumía posturas de izquierda, muchas de ellas hoy barridas por la Historia, como la defensa de la Unión Soviética y el estalinismo, Aron tenía posturas críticas a esos regímenes, pero se le consideraba de derecha.

En suma, lo que en el Perú parece ser percibido como “caviar” es una desnaturalización de su sentido primigenio. La explicación de este travestismo semántico obedece a más de una causa. Una de estas es que la izquierda peruana ha perdido gran parte de su vigencia, hasta casi desvanecerse. Por lo tanto, no califican como chivos expiatorios: no se puede culpar a nadie. Por eso estos personajes delincuenciales tuvieron que crear un compendio amorfo y disparatado de todas sus culpas. Si se fijan bien en la encuesta de IPSOS, la percepción de los peruanos del término caviar le calza como un guante a estos grupos empeñados en desmantelar el Estado.

Son ellos los autoritarios –están copando todas las organizaciones que podrían detenerlos, como el TC, la Defensoría del Pueblo, la PNP, la ONPE, etcétera– y perezosos. Viajan con nuestros impuestos, votan desde la playa, mochan los sueldos a sus trabajadores, encubren sus delitos y mucho más que sería ocioso enumerar aquí porque es de público conocimiento. Es por eso que han tenido que adulterar el sentido histórico del término caviar –que siempre fue una proyección y un chivo expiatorio– para que se ajuste a sus necesidades.

Pese a que la aplanadora parece indetenible y este proyecto de capturar el Estado, en beneficio de sectores mafiosos, se beneficia de la apatía de la población, no las tienen todas consigo. Hay sectores que resisten en el Ministerio Público y el Poder Judicial. Penden sobre varios de ellos juicios que están en marcha. Hablando de marchas, se anuncian varias para el mes de julio. Cierto, los jóvenes sueñan con abandonar este barco al garete, y eso compromete gravemente el futuro del Perú. Pero la insistencia con que estos malandrines cacarean sus proyecciones hacia ese fantasma que aglutina sus violaciones de la Constitución, revela que están asustados. Tarde o temprano, el mecanismo de defensa cede y lo reprimido retorna. Están atrapados en la pesadilla que ellos han engendrado.