Mientras el avión que trajo a Lima a Alberto Otárola aterrizaba en el aeropuerto Jorge Chávez, el canciller Javier González-Olaechea adelantaba que el nuevo gabinete implicará un “relanzamiento de las políticas generales del gobierno que incluirá reformas para que el pedido de confianza al congreso no sea solo un trámite, sino una segunda oportunidad del gobierno”.
Esto ocurría en medio de varias declaraciones sobre el Otárolagate, incluyendo la de Yaziré Pinedo que mejoraba la posición del expremier al decir que su diálogo ocurrió en 2021, cuando este no tenía un cargo público.
Los periodistas saben que el esfuerzo de tratar de acercarse a la verdad requiere fuentes que no suelen declarar por la vocación democrática de que la gente esté informada, sino por interés, como favorecer o perjudicar a alguien. El oficio del periodista requiere identificar la verdad entre las mentiras.
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En el Otárolagate, algunas versiones son contradictorias entre sí, otras coincidentes, algunas sorprendentes, y otras ratificatorias de lo que ya se sabe, como que en el gobierno había un pleito soterrado desde hace mucho tiempo entre Otárola y el primer hermano de la nación Nicanor Boluarte.
En ese sentido, esta crisis política desnuda la impericia política de la presidenta Boluarte, quien, en vez de resolver oportunamente un impasse antiguo, dejó que le explotara en la cara.
Asimismo, por la pronta reacción de palacio ante la difusión del audio en ‘Panorama’, se puede especular que Boluarte fue parte del esfuerzo para bajarse al premier, lo cual lleva a pensar que prefirió que se vaya por el escándalo antes que despedirlo como se debe, informándole que ya no quiere contar con sus servicios, algo comprensible en política, especialmente si el gobierno anuncia su relanzamiento.
El manejo de la crisis de estos días debilita la imagen de Boluarte, por no resolver un problema previsible, y le deja dos líos por resolver. Uno es su relación con Otárola, quien se va con mucha información y con mucha sangre en el ojo, un cóctel explosivo. El otro es qué hacer con la voracidad burocrática de su hermano Nicanor, quien, a diferencia de lo que dice la presidenta, sí corta el jamón en varios sectores.