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Opinión

Roma no premia a traidores, por Jorge Bruce

“Parte del propósito de estas mafias de intereses ilegales (minería, universidades, transporte, obras públicas, etcétera) consiste en procurar embarrar la reputación de quienes intentamos pararlos”.

larepublica.pe
BRUCE

Esta célebre frase ha llegado hasta nuestros días, gracias a un caudillo militar luso llamado Viriato, quien tuvo a mal traer al imperio romano durante las llamadas guerras lusitanas (147 a 139 a. C.). Las tácticas que hoy llamaríamos guerrilleras de Viriato han hecho que atraviese el paso de los siglos y llegue hasta nosotros. Miguel de Cervantes lo menciona en Don Quijote de la Mancha y Francisco de Quevedo le dedica un poema del que transcribo algunos versos:

Estas armas viudas de su dueño,

Que visten con funesta valentía

Este, si humilde, venturoso leño,

De Viriato son; él las vestía,

Hasta que aquí durmió el postrero sueño

En que privado fue del blanco día.

El poema se titula Túmulo a Viriato. El caudillo ha sido comparado con Vercingetórix (líder de la resistencia gala contra Roma), Espartaco y… ¡con el Che Guevara! Roma hablaba de la insurrección como bellum latrocinium (guerra de bandidos). Lo cierto es que el poderoso imperio no lograba capturarlo, por lo que ofreció una recompensa a quien lo asesinara. Tres de sus más cercanos colaboradores creyeron en las promesas de riquezas si acababan con la vida del líder. Lo que en efecto hicieron, clavándole un puñal en la garganta pues nunca dormía sin su armadura. Pero cuando estos (Audaz, Ditalcon y Minuro) se presentaron ante el general Quinto Sevillo Cepión para cobrar lo ofrecido, este pronunció la célebre frase que ha llegado hasta nuestros días: Roma traditoribus non praemiat: Roma no premia a traidores.

Si han tenido la paciencia de leer hasta aquí, habrán comprendido que más de veinte siglos después, en el Perú prevalece la frase opuesta: El Perú sí premia a traidores. De hecho, hay cola en la ventanilla de la traición. Y eso es lo que tiene tan nerviosos a los implicados en casos como los que vemos a diario, entre quienes ansían la “delación premiada” o por lo menos una pena aligerada. Al haberse perdido –o por lo menos disimulado– el sentido del honor, la bellum latrocinium se hace cada día más imprevisible. No hay códigos; solo hay intereses en este mercado persa de imprevisibles resultados.

De ahí que el afán de desprestigiar a Gustavo Gorriti, el hombre más poderoso del Perú, según el penoso alcalde de Lima, arrecie. Se están jugando el todo por el todo y, en esas circunstancias, cualquier despropósito puede ser emitido por las ondas de Willax o algún otro de sus medios “confiables”. En realidad, ninguno lo es, pues en el momento en que los vientos soplen en contra, dichos medios se tornarán hacia donde les convenga, sin dudar un instante.

Un ejemplo entre muchos de este fluctuante tráfago de delaciones y contradelaciones es el que muestra en su artículo del domingo en La República Ángel Páez. El caso de Luis Pasapera, tomado por Páez, ilustra bien este torbellino de traiciones, con la sola finalidad de mejorar su situación penal. Para los legos como el suscrito, el nombre de Pasapera no dice nada. Sin embargo, al leer el texto se observa con nitidez cómo funciona este entramado de traiciones.

Pasapera echó primero al exgobernador de Cajamarca Gregorio Santos. Confesó haber sobornado a Santos y está en prisión por el caso Puente Tarata y por haber sobornado al expresidente Pedro Castillo. Pero en octubre del 2023, escribe Páez, Pasapera hizo estas sorprendentes declaraciones (aunque ya estamos curtidos, la corrupción no cesa de sorprendernos): “Con el respeto que se merece el Ministerio Público, yo solo pido que las hipótesis no sean completamente cerradas. Las hipótesis pueden cambiar de ruta”. No hablo lenguaje mafioso, de modo que ignoro a qué alude Pasapera. Es una combinación de amenaza, extorsión y negociación. Que los lectores elijan su opción.

Lo cierto es que a continuación se acogió a la colaboración eficaz y dio “información”, pero no por el caso del puente Tarata III, como se esperaba pues es la razón por la que se encuentra preso en el penal de Ancón I, sino sobre el expresidente Martín Vizcarra. Este es el caso, nos explica Páez, de Los Intocables de la Corrupción (algún día un historiador o historiadora nos hará un catálogo de estos apelativos de corrupción y mafias, y lo que revelan de nuestra época).

A veces me pregunto si este laberinto judicial tiene algún sentido, o si todos los caminos terminan en la guarida del Minotauro. Un catálogo de personajes deleznables está logrando lo que acaso sea el propósito inconsciente del grupo: confundir a la opinión pública hasta el punto en que pierda el interés en continuar descifrando esta guerra de bandidos. De ahí que parte del propósito de estas mafias de intereses ilegales (minería, universidades, transporte, obras públicas, etcétera) consista en procurar embarrar la reputación de quienes intentamos pararlos. Por eso es que repiten, una y otra vez, “la culpa de todo la tiene la mafia caviar”.

Mientras más temor les inspiran determinados personajes (Gorriti, Rosa María Palacios, César Hildebrandt), por su alta calidad de información e incorruptibilidad, más peligrosos les resultan. Saben que personas como ellos pueden ponerlos en evidencia y no cejar, hasta que se presente la oportunidad favorable de exponer toda la información que poseen y pueden demostrar. En una sociedad menos podrida que la nuestra, eso bastaría para enviar a la cárcel a quienes hoy, por el contrario, se encuentran en una lucha despiadada para hacerse con el poder, antes de que el poder se ocupe de ellos.

Como lo demuestra el caso de Pasapera, en esa atmósfera deletérea es imprevisible lo que los corruptos pueden hacer para salvarse o por lo menos salvar a su familia. Alan García nunca imaginó que lo traicionaría Luis Nava, su secretario y hombre de tantos años. Pero a Nava lo cogieron a través de su hijo. Como todos sabemos, el vínculo paternal fue más fuerte que la fraternidad aprista. Agustín Mantilla fue el último en asumir cinco años de cárcel sin delatar a su jefe. Ya sabemos cómo terminó esa historia.

Es triste constatar que mientras el Imperio romano nos deja, entre muchos otros, como legado la frase “Roma no premia a traidores”, en el Perú de nuestro tiempo una de las frases que da cuenta de nuestra historia sea “yo solo pido que las hipótesis no sean completamente cerradas. Las hipótesis pueden cambiar de ruta”. Por mi parte, yo solo pido que no bajemos los brazos. Si nos desinteresamos de lo que está ocurriendo en Fiscalías y penales, les dejamos el campo libre a los traidores. Es decir, a todos aquellos como el alcalde de Lima o la exfiscal Benavides, o bien políticos como los que desfilan a diario por sus programas adictos, bregando por evitar sus condenas y poder seguir lucrando a expensas de los peruanos, en particular los más desprotegidos.