No hay duda de lo que hará Nayib Bukele en su segundo mandato que ganó el domingo con un 87% de la votación tan contundente como sus trampas para habilitar su nueva candidatura: construir un tercer período para dentro de cuatro años, y seguir así hasta que, como ocurre con la mayoría de los dictadores, termine tan odiado como querido es hoy.
Su nexo sólido con los salvadoreños es porque resolvió su problema más antiguo y dramático: la inseguridad que los atormentó por cinco décadas de asesinatos por motivos políticos y la agresividad terrible de pandillas, reduciendo la tasa de homicidios de 106 por cada 100,000 habitantes en 2015, a 3.0.
Este registro impresionante fue posible a costa de medidas arbitrarias, como que cualquiera puede ir a prisión con una simple llamada telefónica anónima que genere alguna sospecha.
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Los encarcelados pasaron en el primer gobierno de Bukele de 35,000 a 110,000. Hoy El Salvador es el país con la mayor tasa de encarcelamiento en el mundo. Por supuestos nexos con las pandillas fueron a prisión 74,000 personas —8% de la población juvenil masculina—, que en el Perú equivaldría a 395,000 muchachos, con el agravante de que a la mayoría no se le siguió un juicio o se le aplicó un ‘juicio colectivo’.
Lo mismo hace Bukele en la política, con un corte autoritario que destroza el sistema de controles y balances propio de una democracia, lo que le permite dominar no solo su gobierno, sino, también, el congreso y la justicia.
El Salvador es hoy mucho más seguro, sin duda, pero, también, menos democrático y más dictatorial.
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Los salvadoreños, sin embargo, son los ciudadanos más satisfechos en América Latina con el funcionamiento de su ‘democracia’, liderada por quien se ha autodenominado “el dictador más cool del mundo”.
Cuando las condiciones básicas para la vida se deterioran mucho, la gente está dispuesta a ceder libertad a cambio de seguridad. El mensaje para los países donde se admira a Bukele, desde México hasta Chile, pasando por el Perú, es que los gobiernos deben preocuparse por generar condiciones elementales para la vida, para evitar que estas se creen a costa de la destrucción de la democracia.