La crisis ecuatoriana y su impacto local sacaron de la agenda los rumores de cambios ministeriales, pero volverán pues, en estas cosas, cuando el río suena es porque alguna piedra trae.
Especular sobre ministros que se van y entran, y hasta pronosticar relevos específicos y su oportunidad, es receta para meter la pata, especialmente en gobiernos desestructurados como el actual, sin partido o bancada parlamentaria que oficialmente lo defienda.
Pero los rumores vienen y van. Por ejemplo, que, pese a la reciente ratificación de Alex Contreras, o quizá por eso, su tiempo en el MEF estaría terminando, con José Arista como la versión más sonada de su reemplazo.
Exministro de economía y agricultura, y exgobernador de Amazonas, Arista se reunió con la presidente Dina Boluarte la semana pasada —generando la incomodidad de Contreras— junto con el extitular del MEF Luis Carranza, quien —agregan mis informantes— no será ministro, pero sí estaría ayudando al armado de un nuevo gabinete.
Los rumores también incluyen al exdefensor y actual embajador en Madrid Walter Gutiérrez, quien habría sido sondeado para la PCM. Pero eso pasa por la evaluación de su capacidad real de suceder a Alberto Otárola en la tarea compleja de estructurar cotidianamente —en el gobierno y el congreso— la sobrevivencia de una presidenta inexperta y débil, algo que no es fácil.
También se vocean relevos en carteras vinculados a la inversión con especial foco en minería, sector en el que hay frustración por el escaso avance y comprensión de las condiciones para activar proyectos importantes. Al país le urge un shock de inversión privada para salir del marasmo actual.
Todo eso es, sin embargo, rumores y en algunos casos solo buenos deseos ante la constatación del letargo y mediocridad de un gobierno que se paraliza, por el interés principal de solo durar, objetivo que se puede frustrar si el país se calienta mucho por el agravamiento de la economía y la seguridad, los dos problemas claves de la gente.
¿Para qué sirven los cambios ministeriales? En teoría, para mejorar el desempeño del gobierno o, al menos, crear la ilusión de que este va a mejorar, comprando tiempo para que un buen día, sin saber bien por qué, eso ocurra.