El director Gonzalo Ladines ha hecho de su cine una cartografía geek de su mundo interior. Hace ya diez años vertía su pasión en la serie de YouTube Los cinéfilos (“Tarantino, Haneke, Spielberg, Kubrick, Chaplin, Los Coen, De Palma, Polanski…”, decían las canciones de apertura) y en Como en el cine se explayó sobre los primeros pasos como realizador, siempre como una proyección personal de sí en sus personajes.
Algo de ello ocurre en Muerto de risa. Partiendo de una pérdida personal, Ladines escribió su guion y convocó a César Ritter para urdir este “drama acerca de la comedia”, como lo describió mi colega Rodrigo Portales. Aquí, la pérdida del exitoso comediante Javi Fuentes (Ritter) es la de su padre (Hernán Romero). Esto le quebrará y le robará su chispa cómica poniendo en riesgo su carrera. Entra Alfonsina (Gisela Ponce de León), una comediante de stand up del circuito barranquino que pudiera ayudarle a repensar cómo hacer reír y de paso sanar algunas heridas personales. Solo que Alfonsina tienen las suyas propias, entre deudas y alcohol.
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Ladines muestra madurez en el aspecto visual de una historia en la cual dispara contra todos: contra los comediantes al estilo Carlos Galdós (“Javi Fuentes”), contra los tótems nuevaoleros, contra el vedetismo grosero en pantallas. Lo interesante es cuánto cambió el Perú de 2017 –cuando empezó a escribirse el guion– versus el de 2024, por lo que hay algunos desfases en la crítica.
Así también, Ladines no se guarda su mirada a los centennials, de alguna manera ridiculizándolos, acaso el manifiesto de un director que despertó a la realidad de que ya no es el joven que se siente ser. Muerto de risa no es la comedia que muchos creen, sino una cinta bisagra en la transición de un cineasta buscando nuevos rumbos.