La renuncia ayer de Claudine Gay a la presidencia de Harvard a los seis meses de su mandato —el más breve en 387 años de la universidad— ocurrió por acusaciones de plagio, pero, también, en medio del debate sobre la libertad académica a propósito de la guerra entre Israel y Hamás y las manifestaciones antisemitas en campus americanos.
Gay, la primera presidenta negra y segunda mujer de Harvard, resistía la tormenta de siete denuncias de plagio (una en su tesis, publicada en The Harvard Crimson, el diario estudiantil).
Steven Levitsky —quien antes firmó un pedido para evitar la extradición de Alejandro Toledo para ser juzgado por corrupción— organizó una petición del profesorado a favor de Gay para “resistir presiones políticas que están en desacuerdo con el compromiso de Harvard con la libertad académica”, y dijo que los pasajes resaltados parecían ser en su mayoría “leve descuido”, según informó The New York Times.
Pero el marco mayor de la dimisión es la polémica por antisemitismo en los campus. El 5 de diciembre, las presidentas de Harvard, MIT y de la Universidad de Pensilvania asistieron, invitadas, a una audiencia en el congreso.
Sagazmente, la de Columbia, también mujer, rechazó la invitación pues debía exponer en COP28-Dubai, aunque, por su conocida habilidad diplomática, sabiendo que eso acabaría mal.
Tenía razón. A las que sí fueron les preguntaron si pedir el genocidio de los judíos sería castigado en sus universidades, y respondieron que eso dependería del contexto, por ejemplo, si el discurso incluye amenazas a individuos. Esto ocurrió en medio de agresiones físicas antisemitas en los campus desde que el 7/10 Hamás masacró a judíos y se desató el conflicto en Gaza.
El debate es polémico. Por ejemplo, una historiadora de izquierda que enseña en EEUU escribió una página completa en este diario sobre las muertes terribles en Gaza, pero como sin que Hamás tuviera vela en ese entierro.
El debate complejo es entre los límites de la protesta razonable y el discurso inaceptable, libertad académica y de expresión, acoso discriminatorio e incitación a la violencia. Las respuestas de las presidentas en el congreso fueron fatales. Antes renunció la de Pensilvania, y ahora solo queda la de MIT.