Abogado y Magister en derecho. Ha sido ministro de Relaciones Exteriores (2001- 2002) y de Justicia (2000- 2001). También presidente...
Europa atraviesa una etapa de redefinición profunda. El continente que, durante décadas, fue uno de los principales motores del desarrollo económico, político y normativo del mundo, enfrenta hoy desafíos estructurales que obligan a revisar supuestos largamente arraigados. No se trata de un “colapso” ni de una decadencia inevitable, sino de un cambio de contexto histórico que exige respuestas realistas y responsables.
Esta percepción no es completamente nueva. Desde el ámbito cultural, autores europeos han advertido, hace ya un tiempo, sobre el desgaste del proyecto continental. El ensayista/novelista francés Michel Houellebecq, conocido por su mirada crítica y pesimista, señaló, hace ya varios años, que Europa corría el riesgo de convertirse en “turista” de sí misma, renunciando al impulso transformador que la caracterizó en el pasado. Más allá de la provocación literaria, esa intuición refleja una inquietud que hoy atraviesa el debate público europeo.
UE: pérdida de influencia
La Unión Europea ha sido, desde la posguerra, uno de los proyectos políticos más ambiciosos y exitosos del orden internacional contemporáneo. Ha contribuido, de manera decisiva, a la paz en el continente y el mundo, al fortalecimiento del Estado de derecho, a la expansión de derechos sociales y a la construcción de un espacio de cooperación económica sin precedentes. Precisamente por esa trayectoria, su actual pérdida relativa de influencia global genera preocupación y exige una reflexión serena.
Los desafíos son conocidos. El menor dinamismo económico, la dependencia tecnológica y energética, y las tensiones geopolíticas asociadas a la guerra en Ucrania, han puesto a prueba la capacidad de la Unión para actuar de manera cohesionada y estratégica. En un escenario internacional cada vez más competitivo, Europa se ha visto obligada, en ocasiones, a adaptarse a decisiones adoptadas fuera de su ámbito inmediato de influencia.
Una parte de estas dificultades tiene raíces internas. Durante años, la prioridad otorgada a la disciplina fiscal y a reglas económicas rígidas limitó la inversión pública y la capacidad de respuesta frente a crisis sucesivas. Ello contribuyó al desgaste de la cohesión social y al fortalecimiento de corrientes políticas que cuestionen el propio proyecto europeo. No obstante, la Unión Europea ha demostrado, históricamente, una notable capacidad de corrección y adaptación, como lo evidencian los debates actuales sobre política industrial, transición energética y autonomía estratégica.
Actualizar su modelo de integración
En este contexto, resulta fundamental distinguir entre crítica constructiva y deslegitimación. Europa no necesita renunciar a su modelo de integración, sino actualizarlo.
Reforzar la cooperación entre los Estados miembros, mejorar la legitimidad democrática de sus instituciones y redefinir sus prioridades económicas y de política exterior, son tareas indispensables para que la UE continúe siendo un actor relevante, previsible y comprometido con el multilateralismo.
Para el Perú y América Latina, la experiencia europea conserva un valor significativo. La UE ha sido —y es— un socio clave en comercio, cooperación, promoción de los DDHH y defensa del orden internacional basado en reglas. Su proceso actual ofrece lecciones útiles sobre la importancia de combinar estabilidad macroeconómica con cohesión social, integración regional con legitimidad política y apertura al mundo con capacidad de decisión propia.
Los desafíos
En un orden internacional en transformación, el desafío no es aspirar a “protagonismos” irreales, sino preservar márgenes efectivos de autonomía y decisión. La UE enfrenta hoy ese reto desde una posición de madurez institucional.
El Perú, atento a estos procesos, haría bien en extraer aprendizajes estratégicos, reafirmando su vocación democrática, su compromiso con el multilateralismo y su voluntad de definir su lugar en un mundo cada vez más complejo.

Abogado y Magister en derecho. Ha sido ministro de Relaciones Exteriores (2001- 2002) y de Justicia (2000- 2001). También presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Fue Relator Especial de la ONU sobre Independencia de Jueces y Abogados hasta diciembre de 2022. Autor de varios libros sobre asuntos jurídicos y relaciones internacionales.