(*) Psicólogo social, Facultad de Comunicación, Universidad de Lima
La Navidad, más allá de las creencias que cada uno sostenga, es un momento donde los afectos y la esperanza se comparten. El próximo año está lleno de incertidumbres, pero también de retos para los peruanos. Uno de esos desafíos pasa por la reconstrucción del sistema de representación política en el país. ¿Se habrá iniciado ese proceso o solo es una vana idea sin sustento? La percepción ciudadana de que la corrupción campea entre los representantes políticos viene de antaño y poco ha cambiado. Varios analistas han compartido párrafos de González Prada que parecen escritos hoy. Antonio Zapata, en este mismo diario, recordaba el lunes la novela de Mercedes Cabello que, también en el siglo XIX, ponía sobre la mesa la corrupción en la política. La urgencia no es nueva y no ha sido suficiente el hartazgo ciudadano.
Sin embargo, en otros momentos hemos pasado por situaciones críticas que marcaron cambios importantes llevándonos a un aprendizaje colectivo, operadores políticos y económicos incluidos, que fijaron una norma socialmente compartida, que ahí sí, terminó reflejada en el orden constitucional. Una de esas circunstancias fue la crisis económica e hiperinflación de fines de los ochenta. Algunas cifras que ilustran esos años permiten ver el contexto en el que el rechazo, en este caso al manejo errático de la economía, se incorporó en nuestro universo de convicciones: 1,722% de inflación en 1988, 2,775% de inflación en 1989 y 7,649.6% en 1990.
Desde ahí, quienes han pasado por el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) y el Banco Central de Reserva (BCR), más allá de que fuesen personas con convicciones políticas de derecha, centro o izquierda, han actuado bajo una idea semejante de la gestión macroeconómica. Esto no implica que no haya discrepancias o que no se planteen alternativas diversas, pero el nivel de debate sobre el manejo económico suele estar acompañado de argumentos. La gente aprendió, pero acá queremos resaltar que también aprendieron las élites políticas y económicas.
En el terreno de la representación política, uno se pregunta si todo lo que hoy vemos puede llevar a algún tipo de nuevo consenso sobre cómo debe ser un grupo político. Las corrientes de opinión ciudadana son importantes para la gobernabilidad, pero también lo son las corrientes de opinión de otros actores, tales como los medios de comunicación, grupos empresariales y líderes de opinión. La ciudadanía puede rechazar una serie de cosas y tener alguna idea de qué se necesita, pero es importante también ver qué piensan las personas que están más cercanas al poder para que los cambios operen.
En ese sentido, es un avance que en el debate sobre la situación económica los mismos economistas asuman que ya no se puede hablar de las famosas “cuerdas separadas” entre manejo político y económico. No es una discusión nueva o que corresponda solo a la actual situación. Si uno rastrea el debate, las reflexiones son anteriores al actual Gobierno. Sin embargo, da la impresión de que hemos pasado de la formulación conceptual, aislada y ocasional del tema a una convicción más colectiva y sentida entre quienes opinan sobre política económica. ¿Por qué esto es importante? En parte porque los grupos económicos, que son también actores políticos relevantes, escuchan a los economistas, y estos grupos, a su vez, tienen formas de hacerse sentir entre los operadores políticos.
Lo otro es que un sentido subyacente en esta frase era que la corrupción podía estar presente, pero esta no afectaba el crecimiento o la gestión económica. Era parte de un sistema que mal que bien funcionaba. Corrupción y crecimiento podían convivir. Ese consenso, no del todo dicho, está roto y puede ser la base sobre la cual se vaya gestando otra forma de hacer y promover el manejo institucional tanto en el ámbito empresarial como en el político.