Con ese título, la escritora moqueguana Mercedes Cabello publicó una de sus mejores novelas, cuyo tema es la corrupción en la política peruana del siglo XIX. Publicado en 1892, este libro narra las memorias ficticias de un político caído en desgracia. El desenlace es impactante porque el personaje es confrontado por su mujer y abrumado asume una autocrítica. Finalmente, acepta que su desventura es consecuencia de sus errores.
Con esta novela, Cabello se enfrentó al poder y a todos los protagonistas de la escena oficial. Tuvo gran éxito y vendió tres mil ejemplares, una hazaña editorial en aquellos tiempos. Los políticos principales del día estaban escondidos detrás de seudónimos, pero claramente eran Piérola y Cáceres; el primero representaba a los civiles ambiciosos y sin escrúpulos y el otro a los militares abusivos y sin mayores luces. El libro fue la comidilla de ese año.
Afortunadamente, una nueva edición rescata la novela para los lectores de hoy. A pesar del tiempo transcurrido, conserva fuerza y actualidad. Piérola y Cáceres han desaparecido, pero los vicios y perversiones de la política peruana están intactos y sus lecciones parecen hechas para nuestro tiempo.
Encerrado en prisión, el personaje recuerda el origen de sus ambiciones y lo sitúa en su familia. Criado por unos tíos, repetidamente escuchó decir que la política era el medio más fácil para hacerse rico. Robar al Estado no es una falta moral. Empezó su carrera como militar y destacó en una insignificante acción de armas. Ganó la fama de valiente, a pesar que recordaba haber actuado por inconsciencia.
Armado de ese prestigio, incursiona en política y en algún momento fue propuesto para ministro de Hacienda. El presidente le cuenta que su nombramiento corresponde a la formación de un gabinete de coalición nacional. Pero pronto entiende que debe negociar sobornos en favor de un grupo que incluye al primer mandatario. Firma contratos con casas comerciales extranjeras y participa de los escándalos del guano. Aprende que hacer alta política equivale a asaltar el erario público y disfrazar la operación de manera legal.
Dueño de una buena bolsa, organiza su propio partido político. En ese momento se enamora de una mujer separada que tuvo gran influencia en su devenir político. La Lima pacata de su tiempo lo toleró, pero luego lo sepultó. Como tenía dinero, fundó un periódico y conoció el halago y la adulación. Se perdió cuando los humos se le subieron a la cabeza. Intentó dar un golpe de Estado absurdo. Sin apoyos firmes en el Ejército, fue apresado ese mismo día y se precipitó su ruina.
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En ese momento, el protagonista se desespera y sus amores enredados le traen gran pesar. Pero a trompicones va aceptando su realidad. Ella lo había ayudado hasta prostituirse por su causa; por ello, tenía autoridad y lo encara. Le hizo entender que lo suyo era buscar una cuota personal en las corruptelas del Estado. Su partido había sido una locomotora de apetencias individuales que se había hecho trizas al primer golpe.
Además, se había desmoronado desde dentro. Cundió la deslealtad y la traición. Perdió el juicio porque un íntimo colaborador denunció ante el juez sus latrocinios. En esta novela, ya existía algo parecido a la delación premiada.
Fue sentenciado a partir al destierro, pero antes vio morir a su amada. De este modo, Cabello combina el romanticismo a la antigua, ya en sus días, con el realismo al estilo de Émile Zola, que era la novedad literaria. La escritora moqueguana fue ecléctica e hizo terminar a su personaje frente a su destino. No tiene un sol y no sabe hacer nada. Al final paga las consecuencias, porque siempre –en el Perú– alguien es crucificado para que el resto viva tranquilo.
Historiador, especializado en historia política contemporánea. Aficionado al tenis e hincha del Muni.