El primer encuentro bilateral entre Dina Boluarte y Gabriel Boric se realizará en Nueva York en el marco de la asamblea general de las Naciones Unidas, con una agenda relevante que incluirá varios temas, aunque muy probablemente no uno que implica una lección valiosa de Chile al Perú: el fracaso de su reforma constitucional.
El embajador chileno en Lima, Óscar Fuentes Lira, informó ayer en RPP que la agenda incluirá temas de interés mutuo como la situación migratoria y la reactivación de las economías aletargadas de ambos países, entre otros.
Boluarte debería aprovechar la cita para agradecerle a Boric por el papel valioso de Chile para resolver el impase en la Alianza del Pacífico por la patanería de ese par de trogloditas de Andrés López Obrador y Gustavo Petro.
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Sin perjuicio de lo cual, para quedar bien con ambos, Boric no habría invitado a la peruana a la conmemoración del medio siglo del golpe de Augusto Pinochet a Salvador Allende, como contó Hernán Felipe Errázuriz en El Mercurio. Algo que Boluarte también podría agradecérselo por evitarle un desaire de ese par de Viruta y Capulina que hoy presiden México y Colombia.
Podría pedirle, de paso, un consejo sobre el fracaso de la reforma constitucional chilena. Este columnista conversó la semana pasada con protagonistas de primer nivel de la política de ese país, y cuando les preguntó por el resultado más probable, la respuesta unánime fue que no se aprobará: la derecha tiene capacidad de veto, pero no los votos para aprobar una propuesta, mientras la izquierda fue liquidada electoralmente en la elección de los responsables del segundo intento.
¿Se podría ir un tercer intento?, pregunté, y la respuesta fue que la reforma constitucional ya no interesa a nadie en Chile y aparece a la cola de los asuntos de interés de la ciudadanía. ¿Cómo calificar lo ocurrido?, repregunté. Un fracaso, me explicaron, pues se vuelve al punto donde se empezó, pero US$60 mil millones más pobres, por la fuga de capitales que difícilmente volverán y la confianza perdida de la inversión que costará mucho tiempo reconstruir.
Una lección para el Perú, especialmente para su izquierda, que aún insiste en una reforma constitucional sin saber para qué y que nada bueno traería.