Los psicoanalistas trabajamos con variadas metas, según la problemática y necesidades de quien acuda a nuestra consulta. Algo en lo que coincidimos la mayoría de las escuelas de nuestro oficio es en la búsqueda del acceso a la subjetividad, a la condición de sujeto. Este se encuentra en las antípodas de la persona alienada, desprovista de libertad interior. Paradójicamente, se puede estar físicamente aprisionado y conservar dicha libertad.
El caso paradigmático es el de Víctor Frankl, internado en un campo de concentración nazi. Mientras los cirujanos sádicos del Lager lo llevaban al quirófano para castrarlo, Frankl pensaba en que podían hacer lo que quieran con su cuerpo, pero su mente permanecía en libertad. Algún día, pensaba, saldré de aquí, narraré esta experiencia y la teorizaré. Así nació su célebre texto El hombre en busca de sentido.
Como es obvio, la mayoría carecemos de las capacidades extraordinarias de Frankl. Por lo tanto, para desarrollarnos como seres humanos requerimos condiciones tales como la libertad de nuestros derechos fundamentales, entre los cuales uno de los principales es el de expresión. Los psicoanalistas hemos trabajado durante décadas de espaldas a esta interrelación entre la realidad psíquica y la realidad material. Nuestros consultorios amurallados funcionaban —en nuestro imaginario— como lugares aislados del mundanal ruido. Lo que sucediera allende nuestras paredes no nos concernía y nos escudábamos en la neutralidad.
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Esta es otra forma de alienación: la negación o desmentida de que las condiciones de existencia no permanecen afuera, ingresan con el paciente y nos afectan a ambos. He escuchado a colegas a quienes admiro y respeto decir que basta con una vela y dos bancos para que se lleve a cabo el psicoanálisis. Puede ser. Pero lo que no podemos seguir pretendiendo es que somos inmunes a la ideología, puesto que nadie lo es.
Por ese motivo es impensable que permanezcamos impertérritos ante lo que está sucediendo en nuestro país. La captura de las instituciones, una a una, por grupos que solo pueden ser calificados de mafiosos ataca el vínculo social del cual todos somos parte. Podemos y debemos seguir trabajando, pero sin olvidar que este proceso de captura del Estado y la separación de poderes —tal como lo acaban de recordar enérgicamente ocho embajadas en el Perú— son los pilares de la democracia.
Defender la independencia de la Junta Nacional de Justicia y la libertad de prensa es tan importante como ayudar al paciente a lidiar con su depresión o ansiedad. Más aún, una cosa es inseparable de la otra.