La conmemoración de los 50 años del golpe militar de Augusto Pinochet que derrocó al gobierno democrático de Salvador Allende tendrá manifestaciones de violencia como expresión de una polarización intensa entre posiciones en pugna que se miran mutuamente con mucho recelo y no poco temor, un conflicto que medio siglo no se ha cerrado, y que, de varias maneras, es un espejo de lo que hoy vive el Perú.
Este martes 11 de setiembre habrá en Chile quienes conmemoren el martirologio de Allende o el golpe de Pinochet que salvó al país de ser otra Cuba.
Allende lideró un tremendo fracaso político que llevó al caos a Chile, y Pinochet un inadmisible gobierno militar criminal y corrupto. Por sostener que la dictadura fue inaceptable, pero que hoy se puede y debe reflexionar sobre por qué sucedió el golpe, el periodista Patricio Fernández debió renunciar a la coordinación que el presidente Gabriel Boric le encargó de la conmemoración.
El Partido Comunista lo acusó de ‘relativizar’ el golpe por señalar que “al cabo de medio siglo de uno de los acontecimientos más violentos y dolorosos de nuestra historia, parece ser un buen momento para reflexionar como comunidad justamente sobre aquello que nos enorgullece y aquello que no quisiéramos repetir jamás”.
Aún no hay espacio para reconstruir la cohesión en Chile mediante entendimientos que no justifican el golpe criminal de Pinochet, pero que no endiosan el gobierno caótico de Allende.
Situación parecida, de varios modos hoy al Perú, país que, tres décadas después del golpe de Alberto Fujimori, se divide políticamente entre las ‘DBA’ y los caviares, o fujimoristas y antifujimoristas, separados en bandos a partir de discrepancias entre la evaluación histórica y la visión del futuro.
“Allende no ha dejado de estar presente en la vida de Chile desde el 11 de setiembre de 1973, para unos como un oráculo, para otros como esperpento”, escribieron Juan Colombato y Eugenio Tironi en El País. “Sería mejor para Chile si Allende y Pinochet se convirtieran en figuras puramente históricas, en lugar de fuentes de inspiración política, lo que permitiría mirar el país hacia adelante. Es evidente que eso sigue siendo difícil”, señaló Michael Reid en The Economist.