El saber común asume que San Martín proclamó la independencia y que desde entonces Lima fue libre e independiente. Pero no es cierto. En realidad, la capital peruana cambió de manos exactamente tres veces y solo Bolívar la liberó en forma definitiva. Esa fue la original tercera toma de Lima y a ella le dedicamos esta breve nota.
El año 1823 fue decisivo. En ese momento, el bando realista sufrió grandes cambios que lo debilitaron considerablemente. En España hubo un golpe de Estado que restableció el absolutismo, aboliendo la constitución liberal de Cádiz. Como consecuencia, se dividió el ejército realista en el Perú, ya que se sublevó el general absolutista Pedro Olañeta, quien ocupó parte de la actual Bolivia. El virrey La Serna era liberal y perdió dominio territorial, fuerzas militares efectivas y su estrategia quedó complicada en dos frentes.
Hasta ese momento, el ejército realista estaba bien implantado en el territorio. Había logrado recuperar Lima y era fuerte en la sierra, además de ocupar la actual Bolivia. El virrey estaba asentado en Cusco y dominaba el corazón andino del continente. Pero, sus fuerzas estaban divididas en el espacio peruano. Un grupo guarecía el Cusco y contenía a Olañeta, mientras que el resto estaba asentado en la sierra central y controlaba Lima.
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Por su parte, los patriotas se habían reorganizado después de dolorosos enfrentamientos internos. Cuando San Martín se retiró, quedó el Congreso que instauró la primera dictadura parlamentaria con resultado funesto. Contra su inoperancia, se produjo el golpe de Riva Agüero, el primer peruano que ostentó la banda presidencial. Pero se sucedieron derrotas militares y hubo que llamar a Bolívar.
La llegada del ejército colombiano al mando del libertador fue conflictiva. Riva Agüero fue eliminado acusado de negociar con el virrey. Luego, Bolívar chocó con la aristocracia limeña y mandó fusilar a uno de los suyos, Berindoaga. Peor aún, el segundo presidente, Torre Tagle, se pasó al bando realista y se asiló en el Real Felipe, al mando del general Rodil; allí moriría reconvertido en realista. El campo patriota se había desangrado y vuelto a renacer durante 1823. La reorganización fue liderada por el liberal radical José Faustino Sánchez Carrión, quien con decisión salvó la República.
Bolívar estaba en el norte chico entrenando un ejército libertador compuesto de retazos: había argentinos, chilenos, peruanos y colombianos. Entendió las dificultades de los realistas y preparó la campaña decisiva. En ese momento, subió a la sierra central en busca de Canterac, que comandaba a los realistas en la región. Ambos ejércitos estuvieron a la vista en los alrededores del lago Junín. Los realistas retrocedían y sus infantes caminaban adelante, mientras que su caballería los protegía marchando detrás. Por su parte, los patriotas avanzaban organizados a la inversa. El 6 de agosto ambas caballerías se encontraron y fueron al choque.
Canterac inició el ataque arrollando a los patriotas, cuyo jefe, el general Mariano Necochea, cayó herido e incluso fue hecho prisionero. Pero cuando los patriotas parecían derrotados, cargó la reserva, integrada por los Húsares del Perú, y cambió el curso de la lucha. No se disparó un tiro, fue una de las últimas batallas de la historia peleadas íntegramente con arma blanca. Quien estaba al mando de los Húsares era el coronel argentino Isidoro Suárez, bisabuelo de Borges, que lo evoca en poesías y relatos.
Al vencer en Junín, Bolívar bajó a la costa a ocupar Lima y dejó que Sucre continúe la campaña militar que culminó en Quinua en diciembre de ese mismo año. Ese es el punto, solo una victoria estratégica abre la puerta de la capital; tomar Lima implica ganar antes las regiones.