Exministro de RREE. Jurista. Embajador. Ha sido presidente de las comisiones de derechos humanos, desarme y patrimonio cultural de las...
La Estrategia de Seguridad Nacional recientemente aprobada por los Estados Unidos consagra un diagnóstico que confirma el abandono del orden liberal internacional surgido en 1991 como marco funcional para la política exterior y de defensa estadounidense. Asume como punto de partida una premisa central del realismo clásico y estructural: el sistema internacional es anárquico y la conducta de los Estados está determinada, en última instancia, por la distribución del poder y la defensa del interés nacional.
En términos cercanos a Hans Morgenthau, la política internacional deja de ser concebida como un espacio de realización de valores universales propios de la sociedad norteamericana y del mundo occidental (democracia representativa, libre comercio, protección de los derechos humanos). Pasa a ser entendida como una lucha permanente por el poder, en la que las normas y las instituciones solo tienen eficacia cuando reflejan una correlación de fuerzas subyacente. De manera similar, la Estrategia recoge implícitamente la advertencia de Kenneth Waltz, según la cual los órdenes internacionales no colapsan por fallas normativas, sino cuando la estructura del sistema deja de corresponder a la distribución real del poder.
Se reconoce que el orden mundial post-1991 se sustentó en la presunción de una hegemonía estadounidense estable, ejercida a través de un liderazgo unipolar compartido con Europa, legitimado por valores universales y canalizado mediante instituciones multilaterales. La Estrategia admite que ese esquema permitió, durante un tiempo, combinar poder material y poder normativo, proyectando la primacía estadounidense sin recurrir sistemáticamente al uso unilateral de la fuerza. Sin embargo, sostiene que las condiciones estructurales que hicieron posible ese orden han desaparecido.
La Estrategia identifica como elemento central de esa transformación la reaparición de amenazas sistémicas, incompatibles con la lógica de un orden unipolar benigno, sustentado en valores y basado en el multilateralismo. En particular, señala la emergencia de China como una potencia que ha alcanzado paridad económica agregada y que, de consolidarse en el plano tecnológico y militar, comprometería directamente la primacía global de los Estados Unidos. Desde la perspectiva adoptada por la Estrategia, el sistema internacional ya no es un espacio de convergencia normativa ni de promoción de valores occidentales como la democracia, el libre comercio o los derechos humanos, sino un campo de competencia estructural entre la gran potencia unipolar afectada por el orden precedente y una potencia emergente.
En este marco, la Estrategia revalúa críticamente los instrumentos centrales del orden liberal de 1991. La globalización económica, anteriormente concebida como un mecanismo de estabilización y expansión del liderazgo estadounidense, es reinterpretada como un proceso que debilitó la base industrial y tecnológica del país, afectando su autonomía estratégica. El multilateralismo y el derecho internacional, por su parte, dejan de ser considerados pilares estructurales del orden y pasan a ser subvalorados en función de su utilidad concreta para la defensa del interés nacional estadounidense, según intereses específicos y puntuales.
Un primer componente disruptivo del diagnóstico estratégico es la redefinición del papel de Europa. La Estrategia afirma que el continente europeo ya no constituye un socio estratégico equivalente dentro de un polo hegemónico occidental, sino un actor con prioridades de seguridad divergentes, dependiente del apoyo militar estadounidense y con limitaciones estructurales en términos de crecimiento, cohesión política y funcionamiento democrático. Esta caracterización —que la Estrategia formula de manera explícita— conduce a cuestionar la racionalidad del liderazgo compartido del orden liberal internacional post-1991.
Se cuestiona la fiabilidad futura de Europa como aliado estratégico, al señalar que “está lejos de ser evidente” que ciertos países europeos dispongan, en el futuro, de economías y fuerzas militares suficientemente sólidas como para seguir siendo aliados confiables. Esta afirmación supone el abandono de la idea de Europa como socio estructural permanente y centro de las correlaciones de fuerza internacionales. Por primera vez, Estados Unidos formula una crítica explícita al déficit democrático europeo, lo que refuerza su percepción de que el orden liberal transatlántico ha dejado de ser el eje central del sistema internacional.
El diagnóstico sobre Europa no constituye un juicio aislado ni meramente regional. Por el contrario, funciona como el primer referente de una reconfiguración más amplia del sistema internacional, cuya segunda realidad emergente es el reconocimiento explícito de que el polo central del poder económico, tecnológico y estratégico se ha desplazado hacia Asia, en particular hacia el espacio circundante a China. El eje Europa-América deja de ser el centro organizador del orden mundial no solo por sus debilidades internas, sino porque el centro de gravedad del sistema internacional ya no se sitúa en el Atlántico Norte.
El Indo-Pacífico es identificado como el teatro decisivo del siglo XXI, tanto por su peso económico como por su centralidad geopolítica. La Estrategia subraya que esta región concentra ya cerca de la mitad del PIB mundial en términos de paridad de poder adquisitivo y que será uno de los principales campos de disputa económica y estratégica en las próximas décadas. Este desplazamiento no es coyuntural: es presentado como estructural y duradero.
China aparece, en este marco, no como un actor periférico que deba ser integrado en un orden preexistente, sino como la potencia alrededor de la cual se organiza el nuevo campo de competencia sistémica, a la que se le reconoce prácticamente una paridad de poder económico con los Estados Unidos.
El debilitamiento del eje transatlántico y el ascenso del Indo-Pacífico no son, por tanto, fenómenos independientes, sino dos caras de una misma transformación sistémica. Europa deja de ser el co-polo normativo y estratégico de los Estados Unidos porque el centro de gravedad del sistema internacional ya no se encuentra allí. China y la región asiática circundante se convierten en el espacio donde se dirime la competencia entre la superpotencia unipolar y la única potencia global ascendente. Esa competencia impone un lenguaje distinto: soberanía, realismo, equilibrio de poder y funcionalidad estratégica sustituyen a la universalización de valores.
En ese contexto, la Estrategia contiene, sorprendentemente, una segunda disrupción de envergadura histórica y de consecuencias complejas, especialmente para América Latina. Estados Unidos renuncia explícitamente a la promoción y defensa de la democracia representativa como valor universal y como criterio rector de su política exterior:
“Buscamos buenas relaciones y relaciones comerciales pacíficas con las naciones del mundo sin imponerles cambios democráticos u otros cambios sociales que difieran ampliamente de sus tradiciones e historias. Reconocemos y afirmamos que no existe nada inconsistente ni hipócrita en actuar conforme a esta evaluación realista ni en mantener buenas relaciones con países cuyos sistemas de gobierno y sociedades difieren de los nuestros.”
Mayor concesión estratégica a China, imposible. Se trata, precisamente, del principio central de la política exteriorde Xi Jinping : cada Estado escoge libremente su régimen político. Aplicado al resto del mundo, y especialmente a América Latina, este giro coloca a la democracia regional en cuidados intensivos.

Exministro de RREE. Jurista. Embajador. Ha sido presidente de las comisiones de derechos humanos, desarme y patrimonio cultural de las Naciones Unidas. Negociador adjunto de la paz entre el gobierno de Guatemala y la guerrilla. Autor y negociador de la Carta Democrática Interamericana. Llevó el caso Perú-Chile a la Corte Internacional de Justicia.