No generó mucho entusiasmo el primer mensaje de fiestas patrias de la presidenta Dina Boluarte con el que aspira a crear condiciones para pronunciar otros dos en similar oportunidad —28 de julio de 2024 y 2025— y terminar el mandato en 2026.
Eso se desprende de la revisión de las reacciones al mensaje poco elegante por la duración de más de tres horas, cumplidor y sin sobresaltos para proyectar estabilidad, pero insuficiente para un gobierno que mantiene la debilidad con la que empezó por la sociedad inicial de Boluarte con Pedro Castillo.
Hace bien Boluarte en cargarle responsabilidad por la situación actual a la presidencia mediocre, corrupta, conflictiva y golpista de Castillo, porque es cierto, pero su narrativa tropieza —como la de Verónika Mendoza—, al referirse a ese gobierno como si fuera de la lejana Filipinas y no en el que fue VP y ministra durante casi toda la administración, participando con entusiasmo en las estafas de los consejos de ministros descentralizados y en los no descentralizados compartiendo mesa con delincuentes, sin marcar distancia pública del desmadre que solo terminó cuando don Pedrito quiso volverse, con su torpeza tradicional, en dictador.
Lo cual mella aún más la credibilidad de la presidenta (rechazo del 80%). Precisamente por eso, un discurso solo cumplidor como el del viernes proyecta a un Gobierno que prioriza la estabilidad, lo que no es necesariamente malo, pero que, por solo fijarse en eso, parece seguir en modo quincena y no del trienio que aún pretende recorrer.
Fue, por ejemplo, cumplidor en economía, pero insuficiente para sacar a la inversión privada de la parálisis. El problema general del mensaje es que no basta ser mejor que los balbuceos penosos de Castillo —escritos por su banda revolucionaria y robolucionaria— de los julios 2021 y 2022, sino que fue desangelado y sin capacidad de movilizar al país para pasar del pesimismo actual a empezar a vislumbrar una visión optimista y estimulante del futuro.
Eso no se logra solo con un discurso, pero, por insuficiente, la de anteayer fue una ocasión desaprovechada. Por ello, el post mortem del mensaje —herramienta de análisis retrospectivo al final de un proyecto— tiene en este caso tono de autopsia por no lograr su propósito.