El dardo más provocador del historiador Pablo Macera en las entrevistas que le gustaba dar fue “el Perú es un burdel”.
La frase volvió a retumbar anteanoche al final de una de las jornadas parlamentarias más escandalosas, lo que no es poco para un Congreso que ha hecho de la mediocridad, su emblema, y de la corrupción, su escudo.
Ese día el Congreso batió su propio récord en la competencia de la vergüenza cuando blindó, con descaro, a cuatro congresistas de Acción Popular —Los ‘Niños’ Elvis Vergara, Raúl Doroteo, Darwin Espinoza y Jorge Flores— al rechazar el informe de la subcomisión de acusaciones constitucionales que propuso acusarlos constitucionalmente y suspenderlos en sus funciones por los supuestos delitos de organización criminal y tráfico de influencias.
Los votos del chanchullo fueron una fina cortesía de AP, Perú Libre, Bloque Magisterial, Cambio Democrático-Juntos por el Perú, Perú Bicentenario y Somos Perú, convirtiéndose en cómplices de esos cuatro ‘niños’, mientras Fuerza Popular, APP, Avanza País y Renovación votaron por la sanción.
Para completar su faenón, esa noche el Congreso rechazó la reconsideración del voto con que Fuerza Popular, Perú Libre, AP, APP, Bloque Magisterial, Podemos, Perú Bicentenario, Somos Perú y 5 no agrupados designaron al operador político Josué Gutiérrez como defensor del pueblo; en realidad, será el defensor de los intereses que metieron con pata de cabra a este saltimbanqui a una posición clave para el país, en el marco de un acuerdo que no es ningún fujicerronismo, sino repartija general en la que todos sacarán alguito.
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Esta actitud mayoritaria de un Congreso donde la excepción a la mediocridad y corrupción se cuenta con los dedos de una mano, obedece a que, con la baja aprobación en la ciudadanía de solo un dígito, ya no tiene prestigio que cuidar, por lo que ya nada le importa.
El psicólogo Baldomero Cáceres le replicó a Macera “te equivocas, Pablo, en el Perú, los burdeles están bien organizados”. Tenía razón. Además, ahí hay mujeres esforzadas que se ganan la vida con su trabajo, a diferencia de los zamarros del Congreso que abusan creyendo que la gente ya se acostumbró y que solo falta amordazar al periodismo para ponerle silenciador a sus delitos.