Ver a cientos de personas casi literalmente amontonadas en la frontera sur, en territorio peruano y chileno, es algo que debería llamar primero a la sensibilidad, a la consideración. O a la empatía, ese valor tan proclamado, aunque tan poco practicado hoy. Si se olvidan, ni siquiera se puede hacer una exploración rigurosa de las razones de este desborde migratorio.
Pero lo que hoy ocurre, tanto en Perú como en Chile, es un estallido de furia, de xenofobia ya incluso poco disimulada. Es entendible que las personas afectadas por los terribles actos delincuenciales de algunos migrantes abriguen ese rechazo. Lo que no es entendible es que los Gobiernos no apaguen ese fuego, y que hasta alimenten la hoguera con hechos y palabras.
La reacción de ambos Gobiernos ha sido sobre todo represiva. Policías y militares en primer plano, declaratorias de emergencia, frases ásperas lanzadas mutuamente o anuncios de más expulsiones. Es como si, frente a un problema social y político, la diplomacia viniera en segunda línea, a paso de tortuga del desierto. O al menos opacada por los cascos.
¿Alguien duda de que hay que controlar el orden público en esa zona? Internarse en esa absurda discusión implica apelar a un juicio turbado: creer que porque se exigen medidas diplomáticas y humanitarias urgentes se está claudicando ante la inseguridad ciudadana. Suponer que la defensa de los derechos de los migrantes implica convertir las fronteras en coladeras.
Desde el 2018 existe el Proceso de Quito, una iniciativa que busca “articular una estrategia regional para atender la crisis de refugiados y migrantes venezolanos” (la mayoría en la región y en los campamentos instalados en la frontera). Son parte de ella 13 países latinoamericanos, el Perú incluido. Y más aún: Chile ejerce hoy la presidencia pro tempore del organismo.
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Su nombre y su impronta casi no han aparecido en el tumulto de estos días, acaso por una triste razón: en varios de los países más involucrados en esta crisis —Perú, Chile, Colombia, Ecuador— es impopular no ser duro con los inmigrantes, no genera capital político alguno. Tal vez por eso el Gobierno progresista de Boric se ha mostrado ceñudo con el tema.
En las últimas horas ya se habla de un posible acuerdo con Venezuela para que el corredor humanitario se convierta en un avión que se lleve a quienes quieran volver a las tierras que gobierna, de manera chirriante, Nicolás Maduro. El Gobierno chileno está empadronando a quienes están en su suelo. Hay cierta luz al final del túnel migratorio. Pero no es suficiente.
Todos los seres humanos somos migrantes o descendientes de migrantes. Todos. La marca de nuestra especie es moverse. Fue así como se extendió y también como comenzó a causar estragos en algunos ecosistemas. Resulta impresionante que tantos siglos después, tantos Gobiernos, en vez de regular inteligente la migración, pretendan atajarla con cara de policía malo.