Por: Sinesio López
El Perú está siendo sacudido por dos ciclones (el climático y el social) y el Gobierno no sabe qué hacer, salvo sobrevivir, durar y levitar. Peor aún: hace lo contrario de lo que tiene que hacer. Ordena a las FFAA desplazarse al sur a matar ciudadanos indefensos que protestan legítimamente en lugar de enviarlas a salvar vidas al norte, azotado por el ciclón Yaku.
La presidente va al norte y habla y habla, pero no dice nada. No sabe dónde está parada, salvo en un charco donde se hace fotografiar para transmitir la imagen de que se preocupa y trabaja. En 2017, el Perú tuvo el mismo drama con El Niño costero, pero entonces había gobierno, acosado por el fujimorismo, pero gobernaba. Jorge Nieto, entonces ministro de Defensa, organizó un equipo científico-técnico y otro operativo, y desplazó al conjunto de las FFAA con todos sus recursos, maquinarias y equipaje logístico para enfrentar el desafío. Y les fue bien. Todos aplaudimos.
Por iniciativa del gobierno de entonces se creó el organismo Reconstrucción con Cambios, y no ha cambiado nada. En los primeros años se encargó el Estado, que mostró su inutilidad en todos los niveles.
Se estableció luego un acuerdo con Inglaterra de Gobierno a Gobierno, pero hasta ahora no vemos los resultados. Pienso que el factor principal de tamaña ineficacia es la falta de gobernabilidad, generada por el fujimorismo que controla el Congreso desde el 2016. Tenemos seis presidentes en seis años por responsabilidad del Congreso que, desde entonces, es el centro golpista del país.
Todos esos golpes, que se cubren con un hipócrita formalismo constitucional, tienen como objetivo entregar el Gobierno a los perdedores.
Mientras el ciclón Yaku está en alza, el ciclón social está en un reposo temporal, que ha generado ilusiones en la ultraderecha, en el Congreso y el Gobierno. Creen que la turbulencia social terminó y que van a llevar la fiesta en paz hasta el 2026.
Locas ilusiones. La agenda política del ciclón social (renuncia de Dina Boluarte, elecciones adelantadas a 2023 y consulta para una asamblea constituyente) sigue vigente y es probable que un ciclón social más extenso e intenso la resuelva.
Hay un Gobierno que no gobierna porque no tiene legitimidad. Casi nadie lo apoya ni obedece. Los ministros y viceministros que van a las regiones del centro y sur son pifiados y expulsados por la población. El Gobierno autoritario se puede mantener un corto tiempo apoyado en la fuerza militar, pero no puede gobernar sin el apoyo del pueblo o, menos aún, contra el pueblo.
A mí me sorprende la coincidencia de dos grandes y opuestos pensadores, Hobbes (1588-1679) y Arendt (1906-1975), en la tesis que relaciona la gobernabilidad con la legitimidad. Hobbes sostenía que cuando la voluntad de todos se diluye ya no tienen poder aquellos (o aquel) en que ella se expresa, ya no tienen legitimidad ni les obedecen, aunque cuenten con ejército poderoso.
Hannah Arendt dice que el poder no es el arma; sí lo es el número organizado (y movilizado) de ciudadanos. Miles de ciudadanos movilizados pueden pasar por encima de los tanques.
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Hasta las dictaduras más crueles lo saben.