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Opinión

El futuro del mercado San Camilo

Este centenario mercado fue construido en el terreno que quedó libre luego de que el terremoto de 1868 destruyera el templo de los mendicantes Camilos.

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El futuro del mercado San Camilo

Por: Eduardo Ugarte y Chocano - periodista

El arquitecto y urbanista Augusto Ortiz de Zevallos decía que las ciudades son organismos en los que la municipalidad es su cerebro, su plaza de armas su corazón, sus brazos y piernas su expansión, arterias y venas sus servicios de agua y energía, y su mercado su estómago, en el que se mide salud y se aplican las medidas para su conservación. El “estómago de la ciudad de Arequipa” sería el Mercado San Camilo.

Este centenario mercado fue construido en el terreno que quedó libre luego de que el terremoto de 1868 destruyera el templo de los mendicantes Camilos (un alcalde quiso que allí se levantara la estación del ferrocarril), no hubo ninguna intervención de Eiffel en sus estructuras, como algunos piensan; fue declarado en 1987 Patrimonio Histórico Monumental Representativo de Arquitectura Civil Pública, tuvo una expansión y fue remodelado dos veces y sujeto a los cambios sociales y administrativos que ha tenido la ciudad desde que se inauguró e integró a la vida activa.

Hoy, por anuncio de la gerenta del Centro Histórico y Zona Monumental, arquitecta Karina Roldán Yucra, se ha logrado a través de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) financiar los estudios técnicos de nuestro principal mercado y su entorno, en una extensión de diez manzanas (no es un edificio aislado, es parte de un sector urbano, social y comercial marcado por su función), lo que permitirá tener datos sociales, topográficos, de saneamiento y catastro, que orientarán las soluciones para intervenir este complejo espacio urbano en los próximos siete años, al decir de la gerenta Roldán.

Los habitadores y habitadoras de Arequipa vivimos nuestro mercado no solo como recolectores de insumos para nuestra nutrición o disfrute de paladar, productos elaborados como jugos o platos tradicionales del lugar, sino también consumimos (o tomamos notas de su existencia) de valores y patrimonio inmateriales, como en las tiendas que venden productos naturales para combatir o evitar enfermedades, y mantienen saberes ancestrales que todavía son de utilidad en un ciudad en la que concurre la macrorregión sur y sus costumbres.

Por eso el entorno social, comercial y cultural debe ser tratado como un todo en sus diez manzanas, con un proyecto que lo haga sostenible, con calidad de vida y como repositorio de cultura viva que regule la vida de la ciudad en su “alimentación” y salud, en el que el comercio interno y manifestaciones (incluyendo ambulantes), sea parte de su crecimiento y conservación y no de su degradación, como lo es ahora.