
Hay muchísimo de inevitable en las catástrofes llamadas naturales. Pero una parte importante de sus efectos es controlable. Hay un instituto completo del Estado, Indeci, aplicado a predicar la prevención. Pero en muchos casos esa dedicación simplemente no puede contra el gusto por el fatalismo y la sorpresa trágica.
Así, con la catástrofe llega también el discurso de la catástrofe. Las autoridades culpan a gestiones anteriores, las comunidades reclaman ayuda del Estado, los Gobiernos ofrecen planes para evitar que las cosas se repitan, las fotos y videos del drama de los afectados inundan los medios. Obviamente nada de esto funciona.
En el norte no ha concluido la denominada reconstrucción con cambios, cuando empieza a vislumbrarse la necesidad de otra. No descartemos que el trabajo reconstructivo esté aliviando algo las cosas en esta oportunidad del ciclón Yaku, pero da una fuerte impresión de que eso no ha sido suficiente. La sorpresa está allí, y con ella la destrucción.
Cabe hacer notar que cuando los especialistas hablan sobre esto, su énfasis tiende a ser en una desidia del Estado central, expresada en planes deficientes e insuficiente asignación de fondos. Se trataría, entonces, de la planificación y la ingeniería sometidas a la indolencia política, una forma de ineptitud.
Hay en el territorio una tradición milenaria de culturas arrancadas de cuajo y para siempre por catástrofes naturales. No podemos imaginar que algo así le pueda suceder a algo llamable la civilización peruana; pero los daños sufridos por descuido del Estado y de los particulares son enormes, y sus efectos sobre el futuro nacional son reales.
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Las inundaciones del norte, el friaje de las alturas y los huaicos de las quebradas son puntuales. Los terremotos son impredecibles y ubicuos. Cada uno de esos fenómenos tiene (o más bien debería tener) alguna forma de solución, o por lo menos mitigación, preventiva. Solidarizarse después de la tragedia no es un sustituto de la prevención.
Catástrofes tan frecuentes y costosas de atajar nos sugieren que tenemos problemas de ocupación en parte de nuestra superficie nacional. Construir una casa en la ruta de un huaico es un elocuente símbolo de todo el proceso de los desastres. Que no haya otro lugar dónde construirla no es un argumento convincente.

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