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Opinión

Porque son mujeres e indígenas, por Marisa Glave

“Ser mujer en el Perú no es fácil, pero si además eres aimara, quechua o shipiba es aún peor. Se vive una combinación de machismo y de racismo”.

larepublica.pe
Marisa Glave

La teoría feminista trabaja hace ya varios años la “interseccionalidad”, la combinación de factores de discriminación que agravan las condiciones de vulnerabilidad. Esta semana, que en teoría conmemoramos la lucha por la igualdad de género, hemos sido testigos de este fenómeno en la manera en que se ha ejercido violencia física y simbólica contra mujeres indígenas, campesinas, en la ciudad de Lima.

Ser mujer en el Perú no es fácil, pero si además eres aimara, quechua o shipiba es aún peor. Se vive una combinación de machismo y de racismo. A esta difícil realidad, hay que sumarle ahora el autoritarismo que caracteriza al gobierno de Boluarte y Otárola. 

La violencia que hemos vivido en Lima y en Puno esta semana tiene como detonante la violenta represión de la policía nacional a mujeres aimaras que salieron a protestar de manera pacífica en la capital. Varias de ellas acompañadas de sus hijas e hijos, muchos en hombros como es una tradición andina. Las reacciones a las imágenes de la Policía disparando bombas lacrimógenas a corta distancia, algunas directamente al cuerpo, no se hicieron esperar.

En Puno la rabia por los hechos y la solidaridad con las mujeres saltó inmediatamente. En Lima, en la gran prensa concertada y en los voceros del Gobierno se desató una campaña violenta contra estas mujeres. Desde la descalificación como madres hasta su comparación con animales. Una colección de agravios machistas y racistas que en cualquier democracia serían condenados inmediatamente.

Si tuviéramos un compromiso serio con la igualdad y de combate al racismo y machismo el señor Becerra no estaría un minuto más en el Ministerio de Educación. Me alegra saber que al menos congresistas como Susel Paredes intentan una interpelación a este sujeto.

Una mujer no pone en riesgo a sus hijos por ejercer un derecho fundamental, como el de la protesta. Ponen en riesgo a estos menores la presidenta y su Gobierno que reprimen violentamente pese a que la protesta es pacífica.

Al ver a esas mujeres marchando con sus hijos recordé mi infancia. Yo crecí en el Cusco, mi madre trabajaba en una ONG de desarrollo allá. Aún recuerdo ir con ella a las manifestaciones por el 1 de mayo, el día de la clase obrera.

Recuerdo también ir con la mujer que la ayudó a criarme, una mujer andina, a los colegios nocturnos de Cusco a entregar volantes, para buscar a las jóvenes –muchas, la verdad, aún niñas– que ya eran trabajadoras a sumarse a las actividades de capacitación que organizaba el Sindicato de Trabajadoras del Hogar. Ninguna de ellas me puso en riesgo al hacerme participar de su activismo y militancia. Por el contrario, esas mujeres me enseñaron con sus acciones lo que significa la justicia, la democracia y la igualdad. 

Un abrazo a todas las mujeres que luchan, en particular a las que se movilizan a kilómetros de distancia de sus hogares para defender nuestro derecho a una verdadera democracia.