Se llamaba Joaquín Salvador Lavado Tejón, era argentino nacionalizado español y, aunque desistió de la paternidad, en 1964 tuvo una hija ficticia de fama real: Mafalda. No es su aniversario ni de vida ni de muerte, pero hoy figura en la lista de efemérides el Día Internacional del Hombre, una fecha para distinguir modelos masculinos eficaces. Quino, el humorista gráfico, lo fue.
Entre los premios de dibujante del año y de ciudadano ilustre —y tantos más—, el historietista bosquejó la línea del respeto para con los niños en un mundo articulado por adultos. A través de los personajes que diseñó en torno a un pequeño departamento de la calle Chile 371, en San Telmo, elevó su voz contestataria frente a las desigualdades del siglo, las mismas que se mudaron al actual: guerra, abuso de poder, hoscos sistemas educativos y un materialismo dispuesto a estropear la fantasía, a veces el talento.
Y fue su talento capaz de tolerar una indiferencia inicial hacia lo que salía de su lápiz. “¿Cuándo se dio cuenta de que algo importante pasaba con el personaje?”, le preguntó la periodista Leila Guerriero para El País. “Nunca. Bah, con la publicación del primer libro. Hasta ese momento yo sentía que nadie le daba mucha bolilla. Yo iba a entregar la página al diario El Mundo y el que la recibía miraba así y a veces sonreía, pero nunca me dijeron ni qué linda idea ni nada”, contestó.
La entrevista tiene ocho años de antigüedad, pero el episodio lastima hasta hoy: si Quino otorgaba discernimiento mediante Mafalda, Guille, Libertad y toda la pandilla, la correlación debía ser completada con gratitud inmediata. Está vigente incluso el mundo que creó fuera de la pequeña defensora de los derechos humanos: “Quinoterapia”, el nombre de uno de sus libros y, a la vez, aquello que García Márquez usó a modo de sustantivo común y definió como “lo que más se parece a la felicidad”.
Mientras que el calendario ofrezca la opción de reparar en el aporte de varones y mujeres de espíritus sociales agudos, más gente empezará a cuestionarse, al estilo mafaldiano, por dónde hay que empujar a este país —o a cualquier otro— para llevarlo hacia adelante.