Profesor UARM
Los brutales enfrentamientos y bombardeos que están en curso en estos días en Ucrania ocurren en medio de una coincidencia tenebrosa: hace seis décadas, precisamente en octubre de 1962, también se hablaba en el planeta del uso de misiles, de un enfrentamiento entre dos potencias mundiales y del posible uso de bombas nucleares hasta las últimas consecuencias.
No tengo claro si entonces alguien habló de armagedón (el fin de los tiempos, según el Apocalipsis), como lo acaba de hacer el presidente norteamericano, Joe Biden, en el marco de la tensión bélica de las últimas semanas. Pero sí había, casi como ahora, una atmósfera de alarma, una sensación de que, en un momento aciago, todo podría estallar.
Las diferencias, sin embargo, eran sustanciales. La ‘Crisis de los Misiles’ de 1962 (del 14 al 28 de octubre de ese año, aunque en rigor duró más) fue gatillada por el descubrimiento de misiles soviéticos en territorio cubano apuntando a EE. UU., en medio de la Guerra Fría, y en ese mundo bipolar donde Washington y Moscú se lanzaban pullas constantes y hasta con fruición.
En aquel octubre de susto, la posibilidad de que se arrojaran armas nucleares fue real y solo se apagó cuando Nikita Kruschev decidió retirar los misiles de Cuba y John F. Kennedy los que la Casa Blanca tenía en Turquía (país fronterizo con la URSS). La comunidad humana respiró, aun cuando la puja entre las dos potencias duraría hasta fines de los 80.
¿Pasó el peligro? Hoy, cuando vemos las descargas despiadadas sobre Kiev y los juegos verbales-nucleares de Putin, parece que no. En principio, porque el arsenal está allí (Rusia incluso tiene más ojivas nucleares que EE. UU.) y porque, resucitado el Kremlin como polo de poder mundial, la posibilidad de mostrar el puño atómico ha vuelto a escena.
Como ayer, Washington y Moscú (y las otras potencias nucleares) saben que no pueden apretar el botón nuclear, pues desatarían una hecatombe frente a la cual Hiroshima parecería una escaramuza. Aun así, hay ingredientes preocupantes. En 1962, la URSS tenía gran influencia global, varios países satélites formaban su corte y alojaban sus bases militares. Kruschev, además, era un político hábil, más flexible, hasta gracioso. Había ‘desestalinizado’ la URSS; había hecho reformas, y parecía estar más interesado en la carrera espacial que en la nuclear. Finalmente, cuando enfrentó al momento crucial de 1962, decidió negociar, ceder. Algo que no se avizora en Putin.
Un hombre más solo, con menos apoyo (se le acaban los socios a la Rusia actual) y muy autoritario puede ser bastante peligroso. Existe un tratado de no proliferación nuclear, mayor conciencia ciudadana de los riesgos , así como la contención que ejercen otras potencias. Pero igual produce miedo que, en un momento fatal, se genere una crisis sin camino de salida.