Ha sido penoso ver cómo, en un par de horas, la Comisión de Constitución del Congreso trajo abajo toda esperanza realista de salir de forma ordenada y democrática de la crisis política a través del adelanto de elecciones.
Se han esgrimido razones banales, supuestamente constitucionales, incluso de reproche a las autoras de las iniciativas, las congresistas Susel Paredes y Digna Calle. Si bien formalmente el debate no está agotado, parece ser inevitable su envío, por mayoría abrumadora, al archivo. De derecha a izquierda, una sola voz recorre el hemiciclo: “Nos quedamos”.
Los 8 puntos de aprobación del Congreso son un invento y “aquí no hay crisis política” son los argumentos de Gladys Echaíz. La estadística es una ciencia y si se hace con rigor, no miente. Alberto de Belaunde decía, durante la crisis de Merino, que el problema del hemiciclo es que no tiene ventanas a la calle, en sentido real y figurado. El grado de desconexión con la realidad, cuando es así de brutal, solo termina en una explosión.
Tenemos crisis desde que el fraudismo (que integraron varios de los que hoy se oponen al adelanto de elecciones) se inventó un fraude para desconocer el triunfo legítimo de Castillo. Curioso fraude que no incluía la elección de los propios congresistas. Desde ahí, hasta hoy, la crisis solo se ha profundizado con 70 ministros, solo por poner un ejemplo de los muchos de este estado de sobrevivencia en que nos encontramos.
El gobierno de Castillo, por mérito propio, lideró y gestionó una organización criminal para el otorgamiento de obra pública, de acuerdo con la investigación de la fiscal de la Nación. Pero el Congreso amparó a los ministros Silva y Alvarado. El trámite de sus censuras demoró meses. Hoy sigue amparando a otros ministros en problemas. Hace como que fiscaliza y no los toca. Son cómplices silenciosos, por omisión, de los resultados del latrocinio enquistado en el Ejecutivo.
Puede que los parlamentarios no tengan responsabilidad penal, pero ¿política? Por supuesto que la tienen. ¿Por qué no censuran? Solo necesitan 66 votos. Por dos razones: o están aconchabados con el poder o le tienen pavor a la cuestión de confianza y su disolución.
Pero hay más: este Congreso es profundamente impopular. La oposición advirtió una amenaza comunista que jamás llegó. En todas las bancadas, sus escándalos son frecuentes y su incompetencia para legislar es manifiesta.
“Se va a diluir la responsabilidad del presidente”, “es una amnistía” dicen los congresistas Cavero y Tudela. Falso. Todos los responsables, sin la inmunidad que da el ejercicio del poder, pueden ser investigados y acusados. Todos, incluido el presidente. “Vamos a dejar un pésimo precedente”, “es inconstitucional”, “Castillo no va a convocar elecciones” dice Muñante.
Les tengo noticias: el precedente ya existe y esta en la Constitución de 1993. Se aprobó el año 2000, 7 años después de su promulgación y acortó el mandato del Congreso y presidente elegidos ese año. Si Castillo continúa en el poder está obligado a convocar elecciones. Si las impide, es destituido (artículo 117).
Tampoco faltaron los insultos velados de Patricia Juárez o Alex Paredes con el argumento de “si no se sienten capaces, que se vayan”. Hasta ofrecieron reformar la Constitución para que Susel Paredes o Digna Calle puedan renunciar.
“Dense cuenta del momento en que viven” dice San Pablo. El “bloque democrático” (que de democrático tiene poco, negándose a pasar por un referéndum) no quiere entender que Castillo, pese a todo, tiene un respaldo popular de encima del 25% y que, si lo vacan (no tienen los 87 votos) y pretenden quedarse, la explosión social será peor que la de Merino.
Y, lo que es más grave, para el Congreso, es que el presidente (envalentonado porque la gente lo prefiere a él pese a todos los presos en la familia) puede comenzar a forzar cuestiones de confianza cuando en las calles, las turbas hartas griten “cierre el Congreso”. Si siguen así, pueden morir de lo que más temen, sin saber por qué.
Susel Paredes salió sorprendida de la sesión de la Comisión de Constitución. Sabía que habría resistencia, pero nunca pensó que tanta. Comparto su asombro ante tanta ceguera.