La confianza ganada este jueves por el gabinete de Mirtha Vásquez es una de las últimas oportunidades que le quedan a Pedro Castillo para encontrar el camino de su supervivencia política. En los cien primeros días de su gobierno, el presidente ha hecho lo indecible por erosionar su mandato. Su combinación de torpeza, inexperiencia y pusilanimidad vienen conduciendo al país a un estado de crisis permanente.
Los desaciertos sumados en este tiempo tan breve no han dejado de sucederse a un ritmo vertiginoso: el inicial protagonismo de Vladimir Cerrón que, felizmente, parece haberse distanciado del Gobierno; el nombramiento de personajes como Guido Bellido, Luis Barranzuela o Iber Maraví; la permanente incertidumbre que atenta contra una economía malherida por la pandemia; el retroceso en la reforma magisterial emprendido por el ministro de Educación, Carlos Gallardo; la demora de la vuelta a las clases; la militarización de la seguridad ciudadana o el boicot contra la reforma del transporte anunciado hace días por el ministro de Transportes y Comunicaciones, Juan Silva Villegas.
Mirtha Vásquez se ha encontrado con este desolador panorama y tendrá la ingrata tarea de enderezar el curso de los acontecimientos remando contra la corriente, es decir, sabiendo que Castillo no será su aliado en ese esfuerzo sino, más bien, un permanente lastre. La premier tuvo una prueba de lo que vendrá cuando, demostrando su absoluta desconexión con la realidad, el presidente pretendió mantener a Luis Barranzuela en su cargo, a cambio de unas disculpas. Demostró temple para forzar la salida del ahora exministro del Interior, pero lo ideal sería, como propone Juan Carlos Tafur, que, reconociendo sus limitaciones, Castillo asuma un rol protocolar de política general, y delegue a plenitud las responsabilidades de gobierno a la premier Mirtha Vásquez.
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Aunque le otorgó la confianza al gabinete, pasará poco tiempo para que el Congreso asuma un rol más activo en la oposición al Ejecutivo, con algunos sectores impulsando decididos una vacancia presidencial. Como es obvio, su relativo silencio no está motivado por un afán constructivo y desinteresado, sino por la certeza de que el peor enemigo de este Gobierno ha sido el propio Gobierno, incapaz de dejar de tropezar con cada paso y de construir una mínima coherencia. De momento, cumple la máxima que se suele atribuir a Napoleón Bonaparte: “Nunca interrumpas a tu enemigo cuando está cometiendo un error”.
Esta calma no durará para siempre. Ahora mismo, la oposición espera que los tropiezos y necedades del presidente aceleren su caída en las encuestas para lanzar esa ofensiva, para la que Vásquez también deberá estar preparada y deberá actuar, incluso en contra de la voluntad de Pedro Castillo.