Tironeada por los opuestos, la política peruana se ha vuelto un juego de extremos que menosprecian la lógica de la negociación, el argumento y el consenso, para favorecer la diatriba, el avasallamiento y la destrucción.
La extrema izquierda pretende refundar el país con el lanzamiento de un proyecto abiertamente autoritario que imita modelos manifiestamente fracasados como Venezuela, Cuba o Nicaragua. Habiendo ganado con una amplia mayoría de votos prestados (del antifujimorismo, las izquierdas más moderadas o los bolsones antisistema), el cerronismo se ha creído con la fuerza para instaurar una asamblea constituyente de alcances imprecisos y borrar de un plumazo aquellos acuerdos mínimos que le permitieron al Perú 20 años de crecimiento económico y alternancia democrática.
Por su parte, la extrema derecha comienza a allanar el terreno para revertir los resultados de la última elección mediante un proceso de vacancia presidencial. Adriana Tudela resume muy bien esta actitud cuando dice: “Desde que se nombró al primer gabinete Bellido, yo creo que el presidente estaba incurriendo en una causal de incapacidad moral”. En otras palabras, la institución más dramática de nuestra Constitución, aquella que fue pensada para momentos absolutamente excepcionales, ahora puede ser invocada y puesta en marcha por un simple acto de gobierno, si este no nos gusta.
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Para estas visiones tan radicales, cualquier postura intermedia es “tibia” o “débil”. Es por eso que ambas viven obsesionadas con aquello que denominan “caviar”: un concepto tan vasto, elástico y moldeable que abarca todo lo que se ubique entre ellos. En un país mayoritariamente centrista, esto es mucha gente.
El problema es que las salidas intermedias suelen ser también las más razonables. Por eso fueron inventadas, como una alternativa para absolver con sensatez las disputas, los problemas, los conflictos propios de la política cotidiana.
Ante un gabinete de impresentables, ¿deberíamos aplicar una vacancia presidencial? ¿Dónde quedaron alternativas como la interpelación y la censura a los ministros cuestionados, cuando está justificada? Luego de un resultado tan disputado en las elecciones generales que ganó, ¿no estaría Perú Libre obligado a conciliar, resignando los máximos del Ideario Programa en favor de una agenda de consensos amplia, que incluya a todos los sectores que empujaron esa victoria?
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No parece disparatado que el país apunte en este sentido. Implica negar una idea que, de tanto repetirse, comienza a cobrar presencia y legitimidad: que la única alternativa a la discrepancia es la aniquilación del rival. Ante la polarización y el sectarismo, urge recuperar un poco de sentido común, redescubriendo los mecanismos razonables de nuestra institucionalidad, que por eso fueron inventados y empleados durante tanto tiempo. Un poco de normalidad.