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Opinión

La macabra variante brasileña

El gigante sudamericano podría convertirse en un peligro sanitario, político, regional.

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Brasil vive una situación dramática por la alta incidencia de coronavirus. Foto: AFP

Ramiro Escobar (*)

Según la Universidad Johns Hopkins, al momento de cerrar esta columna, Brasil tenía 11 millones 780 mil contagiados y 287.499 muertos a causa del nuevo coronavirus. También un colapso creciente en su sistema público y privado de salud, con escasez de camas UCI, personal intensivista, recursos médicos básicos. Incluso en Sao Paulo, la ciudad más moderna del país.

“La inconsciencia es alucinante”, me cuenta una amiga que vive allá, en medio del contagio desbocado, y para agregar otro elemento desolador: la irresponsabilidad social andante, el descuido extendido como una plaga en medio de la población, lo que ha sido alentado nada menos que por el propio Jair Bolsonaro, acaso el presidente más negacionista del planeta.

Los fallecidos pronto llegarían a los 3.000 diarios, una cifra no registrada antes en este país de 212 millones de habitantes durante la pandemia. La situación es tan alarmante que la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) ha advertido que esto podría alentar la propagación regional, algo que, sin embargo, no parece sobresaltar mucho a los gobiernos vecinos.

¿Qué ha pasado para que el gigante sudamericano se convierta en esta suerte de olla de virus que puede complicar la llegada del fin de la pandemia? Ya existe una variante brasileña del SARS-CoV2, la proteína que provoca la peligrosa enfermedad que llamamos COVID-19. Pero tal vez esa variación no es únicamente biológica sino, además, política y muy perniciosa.

Una investigación conjunta de la Facultad de Salud Pública de Sao Paulo y la organización Conectas Derechos Humanos, hecha pública en enero pasado, arroja un resultado macabro: tras examinar 3.049 normas federales dadas en el 2020, durante la pandemia, y cruzarlas con declaraciones de Bolsonaro y campañas digitales, afirma que lo que ocurre no es casual.

Más bien sostiene que se trató de “una estrategia institucional de propagación del virus, promovida por el Gobierno brasileño liderado por el presidente de la República”. El fin habría sido reactivar la economía a como dé lugar, sin importar que mucha gente muera, “porque así es la vida”, como sentenció más de una vez el controvertido mandatario.

Tan grave es el panorama que ya existen 80 pedidos de impeachment contra Bolsonaro y al menos tres denuncias ante la Corte Internacional de Justicia contra Bolsonaro por “genocidio”. Ninguna ha avanzado en su trámite, porque tendrían que ser probadas rigurosamente. Pero el solo hecho de que se hayan presentado habla de la tragedia en curso.

Aun si no se probara que hubo intentos deliberados para que la situación se descontrole de esa manera, estaríamos ante las consecuencias de un gobierno, y sobre todo de un presidente, que ha hecho del negacionismo científico su divisa. Bolsonaro niega, o minimiza, el cambio climático; y se ha pasado meses ninguneando las mascarillas, las vacunas, al propio virus.

Lo asombroso es que la comunidad regional no reaccione. Es como si la bomba estuviera estallando delante nuestro, en la casa de al lado, y el resto de países asumiera que el fuego no llegará. Claro, se argumentará que es un asunto de soberanía, que no se puede intervenir. Solo que es imposible luchar contra un agente patógeno que no conoce frontera alguna.

Constantemente se habla de ”cooperación internacional” para enfrentar la amenaza sanitaria. Bueno, este es un caso donde tal cooperación ya no parece opcional, porque se trata de apagar esa olla gigante de contagios que se está cocinando en Brasil y es potencialmente dañina para toda Sudamérica. ¿No es hora de activar mecanismos diplomáticos para contener este peligro?

(*) Profesor UARM.