Juan de la Fuente Umetsu (*)
"¡Reputación, reputación, reputación! ¡oh, he perdido mi reputación! he perdido la parte inmortal de mí mismo, y lo que queda es bestial ".
(William Shakespeare, Otelo)
Conservar nuestra reputación es tanto o más importante que ganarla.
Al gestionarla, no hay diferencia entre relacionamiento virtual y real: son lo mismo, pero en distintos escenarios. Las mismas personas están en esos escenarios.
Los momentos límites como los que vivimos actualmente, ponen a prueba la fortaleza de nuestra reputación, pues revelan un modo único de ser (la marca personal o empresarial) y de actuar (estar siempre a la altura de las circunstancias).
La nueva realidad exige nuevos modos de encarar y asumir la reputación.
La gestión de la reputación pasa por la empatía, la cercanía, una mirada y una actuación humanas: la tecnología no sustituye al corazón.
Pero hay que tener contenidos: el poder de los contenidos nunca dejará de tener vigencia. Pero hay que crear historias y para crearlas siempre tiene que haber un oyente, pero no un oyente pasivo e indiferente, sino alguien que en verdad quiera escuchar y reciba y canalice nuestro mensaje: si no conseguimos que nos escuchen nunca habrá historia y menos contenidos.
La capacidad de gestionar la reputación no es solo un asunto de técnica sino de ejercicio permanente, de responsabilidad, de perseverancia, de realización. Hay que prepararse y eso no solo pasa por las técnicas aprendidas, sino que es la materialización de un apostolado: tiene que ver con servir, es un verdadero propósito.
Y, además, es un poder cuando se pone en práctica, cuando se obtienen resultados concretos que satisfacen a la marca y a la persona.
Quien maneja la reputación no debe juzgar sino analizar, para lo cual debe tener una mirada preparada, lúcida, cercana.
Quien gestiona la reputación no debe caer en la trampa de la falsa política o el falso deporte: debe aprender las buenas prácticas de estas disciplinas, aquello que nos une y nunca lo que nos separa.
Las grandes crisis coinciden con las grandes transformaciones a favor de la sociedad. Pero todo cambio por pequeño o grande que sea debe responder a valores que sustenten la integridad de una persona, de una empresa.
Una empresa que se aprovecha de una situación de catástrofe social no puede tener nunca una buena y menos sólida reputación.
Las mentiras sirven mientras se tiene el poder para que las acepten (vía engaño, coerción, resignación o ilusión), pero apenas ese poder se pierde, lo que queda es bestial, como en el Otelo de Shakespeare. Y lo bestial de una empresa se vuelve contra ella misma para destruirla.
Les hablo desde mi experiencia como gestor de la reputación y el relacionamiento, pero sobre todo como un ser humano que cree en el servicio a la sociedad, sea cual fuere el papel que desempeñe.
Si hay algo que la poesía me ha enseñado durante estos años (aunque nunca suficientes) de permanente escritura, es precisamente eso, a ser uno mismo; en el caso de una empresa, su voz auténtica es ser ella misma, no la imitación de otra o solamente la expresión de una moda.
El lenguaje con que nos habla la empresa debe tener incorporados sus propios valores y los de la sociedad. Es un deber ser críticos con la moda y no perdernos en ella, ir siempre más allá: trabajar en la creación de nuestra propia tendencia.
Sospechemos siempre del lenguaje trillado: “vamos por más”, “persigue tus sueños”, “dalo todo”, “sé tu mejor versión”, entre tantos otros términos retóricos y por lo tanto carentes de vida. Las palabras deben tener, energía, luz, sentido; de lo contrario, acaban siendo peligrosos abismos para quien las utiliza.
Los términos son buenos en la superficie, pero cuando no tienen raíces en la existencia carecen de alma son pura levedad: castillos en el aire que frente al primer ataque, caen.
La solidez de una reputación la marcan las personas y las empresas tienen que actuar como tales, no como simples entelequias.
El marketing debe tener claro que el cliente necesita volver a ser visto como una persona; una persona a la que otra persona le da algo realmente valioso. El cliente va dejando de serlo, para convertirse en amigo o enemigo. En esta relación no hay medias tintas ni medias verdades: la verdad es la reputación que hace posible construir puentes entre las empresas y las personas naturales.
Estas no son fórmulas, sino simplemente algunas herramientas que pueden ser útiles, porque –como sabemos- en el océano vivo, dinámico y transformador de la comunicación, nunca han existido ni existirán las fórmulas.
En tiempos de exaltación y desmesura de los egos, en los que estos pueden tomar por asalto todos los escenarios posibles, para convertirlos en peligrosos y vacíos desfiles egoístas, es clave mantener una mirada trascendente del mundo y convertir nuestros pasos individuales en pasos colectivos.
Quizás la mejor lección que nos deja esta época difícil, sea aprender a mirar al otro y a escucharlo como si se tratara de nosotros mismos.
La reputación no es solo la siembra y la cosecha, es un solo ciclo, un círculo virtuoso de creación.
Sea cual fuere el lugar donde estemos y la misión que tengamos, atrevámonos a vivir esa historia colectiva, que cada uno de nosotros necesita con urgencia.
(*) Poeta y comunicador.