
Un récord que parecía poco probable de romperse estuvo a nada de quebrarse cuando el nadador suizo Noam Yaron casi logra una hazaña histórica en la natación en aguas abiertas: recorrer los 180 kilómetros que separan Calvi, en Córcega, de Mónaco de manera ininterrumpida. Tras más de 102 horas de esfuerzo constante, con apenas dos kilómetros por delante, su cuerpo colapsó, obligando a su equipo a sacarlo del agua en un estado alarmante.
La madrugada del viernes 15 al sábado 16 de agosto, Yaron fue hospitalizado, generando una mezcla de preocupación y frustración. A pesar de haber nadado durante cinco días y cuatro noches, superando incluso los 190 kilómetros, su cuerpo no pudo continuar. El comunicado oficial del equipo señaló: “Está respirando, está hablando. Fue atendido por médicos”, reflejando la gravedad del momento y la atención inmediata que recibió. Desde entonces, permanece bajo seguimiento médico, mientras su hazaña sigue generando admiración por el esfuerzo extremo desplegado.
El reto comenzó el martes 12 de agosto, cuando Yaron se lanzó al mar desde el puerto de Calvi con un doble propósito: establecer un récord mundial en aguas abiertas y, al mismo tiempo, visibilizar la contaminación en el mar Mediterráneo. Durante toda la travesía, el nadador estuvo acompañado por un catamarán que marcaba la ruta y transportaba a miembros de su equipo de seguridad y logística. El acompañamiento de un equipo era crucial, ya que las condiciones extremas del mar y el cansancio prolongado podían poner en riesgo su integridad física.
Mientras fueron transcurriendo los días y las horas, el cansancio físico y mental se volvió evidente. Charlotte Fighera, responsable de comunicación y seguridad, y Caroline Caillet, encargada del proyecto, describieron la cuarta noche como crítica para Yaron: “Fue complicada para Noam en razón del cansancio, las alucinaciones, el frío, las quemaduras y por el impacto de la sal en el cuerpo”. La combinación de frío intenso, fatiga extrema y llagas provocadas por la exposición prolongada al agua salada debilitaba progresivamente al nadador, poniendo en evidencia los límites humanos frente a un desafío de tal magnitud.
El desenlace llegó en el quinto día, cuando la meta parecía casi al alcance de la mano. Sus compañeras relataron que, al divisar el Hotel Meridien, la esperanza y la adrenalina eran enormes, pero Yaron comenzó a mostrar signos de desorientación: “Estaba perdiendo la noción de la realidad, ya no entendía que tenía que nadar”. Ante el riesgo evidente para su salud, el equipo tomó la difícil decisión de detener la prueba y subirlo al barco, priorizando la seguridad sobre el récord. La tensión y el drama del momento reflejaron lo arriesgado de este tipo de retos, donde la frontera entre el éxito y el peligro es extremadamente delgada.
A pesar de no haber completado físicamente la travesía, Yaron valoró la experiencia como un triunfo personal. Desde el hospital, expresó que considera el desafío una proeza en su vida: “Este reto fue todo un éxito para él”, confirmó su equipo. Más allá del logro deportivo, Yaron utiliza su influencia en redes sociales, donde cuenta con más de 460.000 seguidores, para sensibilizar sobre la protección de los océanos y el impacto de la contaminación marina. Ahora, su equipo espera que la World Open Water Swimming Federation (WOWSF) reconozca su hazaña, confiando en que la travesía pueda validarse oficialmente, demostrando que los récords requieren tiempo y perseverancia para consolidarse.

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