
Era una noche cualquiera en Port Elizabeth, Sudáfrica (1994), cuando la vida de Alison Botha dio un giro inesperado, uno que normalmente ningún ser humano podría resistir. Tras haber sido secuestrada a la salida de su casa, dos hombres (Frans du Toit y Theuns Kruger) se la llevaron a un lugar lejano donde fue abusada y atacada despiadadamente. Lo que ocurrió aquella noche no tuvo precedentes. Botha fue apuñalada 50 veces en diferentes partes de su cuerpo; la dejaron herida y abandonada en un terreno baldío.
No obstante, lo que sucedió a continuación convertía su relato en una proclama de resistencia. A pesar de las graves heridas que podían hacerla perder el conocimiento, Alison supo mantenerse consciente. En uno de los tramos más estremecedores de su relato, expone que debió usar sus propias manos para sostener su cabeza, por una herida tan grave que ponía en riesgo su cuello. A pesar de ello, Alison se arrastró por el suelo hasta llegar a una carretera donde fue finalmente asistida. Su tenacidad fue tan extraordinaria que los médicos, que la observaban, quedaron estupefactos al reconocer que estaba viva.
El caso de Alison no solo conmovió a Sudáfrica, sino que rápidamente se difundió a nivel internacional. “Mientras luchaba hacia adelante, mi vista se atenuó y se desvaneció y me caí muchas veces, pero logré levantarme nuevamente hasta llegar a la ruta”, dijo Botha años más tarde. Su capacidad para identificar a sus atacantes, su lucidez durante todo el proceso y su recuperación física fueron solo el inicio de un nuevo camino. Lejos de dejar que el trauma la definiera, convirtió su experiencia en una plataforma para hablar de esperanza, superación y lucha contra la violencia de género.
A lo largo de los años, Alison ha brindado charlas en más de 35 países y su historia ha sido plasmada en libros, documentales y conferencias. Su testimonio no se centra únicamente en lo que le ocurrió, sino en cómo eligió seguir viviendo con sentido, amor propio y valentía. Su voz se ha convertido en una guía para quienes atraviesan traumas profundos, mostrándoles que, aunque el camino de la recuperación es complejo, siempre hay una salida.
Han pasado más de 30 años desde aquel ataque, pero la figura de Alison Botha no ha perdido vigencia. Cada vez que comparte su experiencia, el impacto emocional es reconocible por la gente. Lejos de buscar compasión, su intención es que cada persona entienda que el poder de decidir cómo continuar está dentro de uno mismo, incluso cuando todo parece perdido.
En un mundo donde las historias de violencia muchas veces quedan en el olvido, la de Alison destaca por su mensaje de transformación. Su caso no solo reveló las fallas de un sistema, sino también la increíble capacidad humana de sobrevivir, perdonar y sanar. En sus propias palabras: “Sobreviví porque no quería morir. Pero más que eso, viví porque decidí no rendirme”.

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