Merriman ‘Smitty’ Smith, corresponsal agencia UPI
“Era un mediodía soleado y templado mientras seguíamos al presidente Kennedy por el centro de Dallas. De repente escuchamos tres fuertes detonaciones, horriblemente fuertes. La primera sonó como si fuera un gran petardo. Pero la segunda y tercera fueron estallidos inconfundibles. Era un tiroteo”, escribió Merriman ‘Smitty’ Smith, el corresponsal de la agencia de noticias UPI en la Casa Blanca, que se encontraba junto con otros reporteros en uno de los vehículos que eran parte de la caravana presidencial. Smitty era un aficionado a las armas, por lo que pronto supo reconocer los disparos.
Eran las 12 y 30 del día del viernes 22 de noviembre de 1963. Todos estaban en el centro de Dallas, Texas.
Smitty, entonces de 40 años, tomó el radioteléfono que estaba acondicionado en el automóvil de los periodistas, instalado justo al frente de donde se encontraba sentado. A su lado estaba el corresponsal de Associated Press, Jack Bell, otro veterano de la cobertura de la Casa Blanca y su principal competidor. Ante la mirada anonadada de Bell, Smitty dictó a su agencia: “Tres tiros fueron disparados a la caravana del presidente Kennedy hoy en la ciudad de Dallas”.
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Eran las 12 y 34. Solo habían transcurrido 4 minutos desde que Lee Harvey Oswald había disparado a matar a Kennedy. Para Smitty no solo había sido la peor noticia que había reportado, sino también la más trágica. No solo se trataba del presidente más poderoso del mundo. Kennedy también era su amigo.
“Nuestro vehículo se quedó detenido quizás unos segundos, pero me pareció toda una vida. Uno ve la historia estallar ante sus ojos, pero incluso para un observador más experimentado hay un límite para lo que uno puede comprender”, recordó el periodista sobre el episodio más cruento de su vida.
Cuando se registraron los disparos, el automóvil de Smitty y sus colegas estaba a unos 200 metros de la limusina presidencial. Desde esa distancia notó que había mucho movimiento en el vehículo de Kennedy. Así que gritó al conductor que se acercara de inmediato, pero la limusina atacada a balazos arrancó a toda velocidad hacia el hospital Parkland. Al darle alcance, lo que encontró Merriman Smith fue espantoso.
“El presidente estaba boca abajo en el asiento trasero. La señora (Jacqueline) Kennedy sostenía entre sus brazos la cabeza del presidente y estaba inclinada sobre él como si le estuviera susurrando. (…) No pude ver las heridas del presidente. Pero sí noté la sangre salpicada en el interior del asiento”, escribió Merriman.
El reportero conocía al agente del Servicio Secreto Clint Hill, cuya misión era proteger a la esposa del presidente. “‘¿Qué tan grave fue el impacto, Clint?’, le pregunté. ‘Está muerto’, me respondió Hill, secamente”.
Primera plana del diario local. Foto: difusión
Tom Wicker, The New York Times
Con 37 años, Thomas Grey Wicker, más conocido como Tom Wicker, fue el más joven de los reporteros de la comitiva del presidente Kennedy. Aunque tenía mucha experiencia, porque empezó a los 23 años, lo que fue decisivo al momento de escribir el primer gran reportaje sobre el homicidio en el periódico The New York Times, todo un clásico en la historia del periodismo, no obstante que estaba más lejos que Merriman Smith y Jack Bell. Lo hizo Wicker, es todo un modelo de cómo debe comportarse un periodista en situaciones extremas.
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“El 22 de noviembre de 1963, como corresponsal del Times en la Casa Blanca, yo estaba muy atrás, en el segundo de tres buses de prensa, en la larga caravana que transitaba Dallas siguiendo la limusina del presidente Kennedy. Según recuerdo, entre el segundo bus y aquella desafortunada limusina había por lo menos una docena de vehículos. Por lo tanto, no vi nada de lo que sucedió más adelante y no supe que a Kennedy le habían disparado”, escribió Wicker. Antes que un obstáculo, la distancia respecto al lugar de los hechos representó un desafío para el reportero. No todos se dieron cuenta de que Kennedy había sido alcanzado por los disparos.
“Lo crean o no, los que estábamos en el segundo autobús de prensa —y creo que la mayoría de los reporteros en el primer autobús— no supimos que Kennedy había sido baleado hasta unos minutos más tarde. Los boletines de radio en realidad habían llegado a la costa este antes de que algunos de nosotros en Texas nos enteráramos de la terrible noticia. Hasta que escuchamos a una voz emocionada decir: ‘¡Dios mío! ¿No sabes que le dispararon al presidente?’”, anotó Tom Wicker.
Sin embargo, el reportero buscó y encontró a varios testigos, entre funcionarios del Gobierno, autoridades locales, agentes del Servicio Secreto, e incluso médicos que atendieron a Kennedy. Y pudo reconstruir lo sucedido con impresionante fidelidad. Los dos primeros párrafos de su impactante reportaje dicen: “El presidente John Fitzgerald Kennedy fue asesinado hoy a tiros por un homicida.
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Murió de una herida en el cerebro causada por una bala de rifle que le dispararon cuando circulaba en una caravana por el centro de Dallas”.
El reportaje incluía detalles de las heridas del presidente, la juramentación de Johnson y la detención del sospechoso Lee Harvey Oswald. Una verdadera proeza.
“Ese día obtubve una escena de Jacqueline Kennedy con sangre en sus medias y una mano sobre el ataúd de su marido mientras lo sacaban del Parkland Hospital camino al avión presidencial Air Force One en la pista del aeropuerto de la vieja Dallas”, describió Wicker. La imagen retrataba el dolor de la viuda, que era el dolor de todos los estadounidense.
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“Cuando los periodistas finalmente llegamos al hospital, aún sin saber que Kennedy estaba muerto, nos encontramos con el senador Ralph Yarborough, demócrata de Texas, en el estacionamiento. ‘Caballeros’, nos dijo el senador Yarborough, un orador de la vieja escuela, con palabras grabadas en mi memoria: ‘Esto ha sido un verdadero acto de horror’”. Y, efectivamente, el relato de los hechos de Tom Wicker parece un cuento de terror.
“Quizás lo más importante sea lo que los periodistas saben sobre la naturaleza y los motivos humanos y sobre el entorno político o militar del evento. Los antecedentes, la experiencia y el instinto son más a menudo la base de los informes periodísticos que la observación visual. Ese fue ciertamente mi caso aquel día en Dallas. Ni siquiera una imagen explícita o un registro oficial necesariamente le dice a un periodista toda la verdad. Nada lo hace”, escribió Wicker. Palabra de reportero.
El acta de la autopsia. Foto: difusión
Jack Bell, corresponsal Associated Press (AP)
Jack Bell, de 59 años, el reputado y veterano corresponsal de la agencia Associated Press (AP) en la Casa Blanca, se lio a golpes con Merriman Smith porque este no quería soltar el teléfono del automóvil de la caravana presidencial. Smitty le ganó la primicia y nunca se lo perdonaría. En sus memorias, Bell recordó que desde un principio le dio mala espina que Kennedy hiciera el viaje a Dallas, donde no lo querían. De hecho la ciudad amaneció con panfletos donde tildaban al presidente de “traidor”. Pero el presidente creyó que su arrolladora simpatía cambiaría la opinión de los texanos. Para Bell, fue un error mortal.
“El Servicio Secreto se había opuesto a esta caravana presidencial. El argumento del Servicio Secreto era simple: no podía proteger a un presidente que se desplazaba lentamente en un automóvil abierto por calles bordeadas por edificios altos desde donde un fusilero con una mira telescópica podía disparar desde una ventana en cualquier punto estratégico. Esta exposición del presidente al que se le había asignado proteger fue la pesadilla viviente del servicio. No podía proteger a ningún presidente contra lo que consideraba la propia locura del jefe de Estado. Pero, para Kennedy, para (el vicepresidente) Johnson y para los demócratas de Texas, era importante que el presidente se expusiera en persona a las multitudes que se habían reunido en Dallas”, escribió Bell, que estaba en el mismo vehículo que Smitty, el cuarto de la caravana presidencial.
“Cuando se escuchó el terrible e inconfundible tercer disparo de un rifle, apenas habían transcurrido más de 15 segundos entre el primer disparo y el último. El subsecretario de Prensa de la Casa Blanca, Malcolm Kilduff, que estaba sentado en el mismo vehículo que nosotros, gritó: ‘¡Dios mío, le están disparando al presidente!’. Mientras corríamos alocadamente en persecución de la limusina de la Casa Blanca, para saber lo que había pasado, cada uno de nosotros repasaba rápidamente en nuestra mente lo que había sucedido. No cabía duda de que los disparos fueron contra la caravana”, recordó Jack Bell, que también era muy cercano a Kennedy.
Al llegar al hospital Parkland, adonde fue trasladado el cuerpo del presidente, los periodistas todavía no contaban con la certeza de la muerte del presidente número 35 de los Estados Unidos.
John Kennedy en si visita a Dallas. Foto: CNN
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“Mientras íbamos corriendo por la autopista, nos asaltó la esperanza de que nadie hubiera resultado herido. En aquel momento era imposible siquiera considerar la idea de que hayan disparado al presidente. Pero la horrible verdad se hizo evidente cuando los autos a toda velocidad se detuvieron de golpe en la entrada de ambulancias del hospital Parkland. Los periodistas corrimos hacia el auto de la Casa Blanca y ahí encontramos al presidente de los Estados Unidos tendido boca abajo en el asiento trasero, aparentemente muerto”, describió Jack Bell ese horrible momento.
“A un hombre del Servicio Secreto parado junto a la limusina le pregunté, señalando al presidente: ‘¿Está muerto?’. ‘No lo creo, pero no lo sé’, respondió. Solo entonces nuestras mentes aceptaron que hubo un asesinato. Nuestros corazones estaban desbordados de una sombría vergüenza por el hecho de que un homicidio sin sentido haya tenido lugar en los Estados Unidos”, escribió Bell.
El corresponsal de Associated Press fue uno de los pocos periodistas que fueron testigos cuando le dijeron al vicepresidente Lyndon B. Johnson que reemplazaría a Kennedy.
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“El agente del Servicio Secreto Emory P. Roberts se acercó a Johnson a las 13:13, hora de Dallas, para decirle que el presidente había resultado gravemente herido y que no se esperaba que sobreviviera”. relató. Johnson estaba conmocionado, No podía aceptar la muerte de su amigo. Pero, finalmente, a las 2:38 de la tarde, juró como el presidente número 36 de los Estados Unidos.