El doctor Joseph Goldberger fue un judío neoyorquino que en el siglo XX salvó a la humanidad de una terrible epidemia que estaba devastando a Estados Unidos. El intelectual tuvo que comer las heces de sus pacientes para encontrar la causa de la pelagra, una enfermedad horrible que provocó erupciones, demencia y hasta la muerte de los pacientes.
La Pelagra o más conocida como “La plaga de los aparceros” estaba matando a miles de estadounidenses cada año y enfermando a decenas de miles más. Goldberger había sido enviado por el Cirujano General de EE. UU. para rastrear la causa de la enfermedad.
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Lo único que se sabía de la enfermedad era su alto nivel de contagio, pues había un 80% de posibilidades de que otros la contrajeran. Los enfermos eran rechazados como leprosos.
“Una niña en el asilo de Londres que sufre de pelagra crónica” en 1925. Foto: Acuarela de A.J.E Terzi
Goldberger, hijo de inmigrantes, siempre se había visto a sí mismo como un inconformista. “Se veía a sí mismo en parte como un vaquero solitario que iba contra la corriente, disparando con balas científicas”, sostuvo el nieto de Goldberger, el doctor Don Sharp.
Goldberger recorrió el sur de EE. UU. rastreando la enfermedad en prisiones, orfanatos y asilos. Fue ahí que descubrió que la Pelagra afectaba a los reclusos, pero no al personal penitenciario. Entonces no podía ser una enfermedad infecciosa, como insistían sus colegas.
El médico se convenció de que había algo en la dieta que estaba causando la Pelagra. “Para lograr que los científicos avalaran su convicción de que la Pelagra era una deficiencia dietética y no una enfermedad germinal, necesitaba evidencia”, señaló a la BBC el doctor Alan Kraut, autor de “Goldberger’s War” (La guerra de Goldberger).
Extrañamente, los reclusos de una cárcel en EE. UU. eran los únicos que se enfermaban, menos los trabajadores penitenciarios. Foto: BBC
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El doctor decidió que tomaría a 12 presos “voluntarios” de una prisión de Mississippi que se encontraban perfectamente sanos y que les daría pelagra. En ese entonces, muchas personas pobres, se alimentaban con lo que era considerado como una delicia sureña típica, y nada más.
Se alimentaban de algo llamado fatback o lardo, que es la capa de grasa bajo la piel de la espalda del cerdo crujiente, sémola de maíz y melaza. “Todos lo que tenía que hacer los presos era comer la comida normal, sin carne fresca, huevos o verdura”, explicó su nieto.
A todos los participantes esta idea les pareció fantástica, pero después de seis meses, todos los prisioneros desarrollaron pelagra, así que Goldberger suspendió el experimento. Con esto estaba convencido de que una deficiencia dietética era la causa de la Pelagra.
Pero la comunidad científica no estaba de acuerdo. “Criticaron su metodología y los resultados e insistieron en que, sin importar lo que Goldberger hubiera demostrado, se trataba de una enfermedad germinal, y él no había encontrado el germen”, contó Kraut.
La prensa informó sobre el polémico experimento: “El doctor Goldberger produce pelagra entre convictos”. Foto: Welcome Collection
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“Esos asnos ciegos, egoístas, celosos y prejuiciosos, rebuznando sus supuestas críticas”, habría dicho Goldberger sobre sus colegas. Estaba tan desesperado que estaba dispuesto a hacer casi cualquier cosa.
Lo primero que hizo fue ir al hospital de pelagra, y usando un hisopo recogió moco de la nariz de los pacientes, y se lo metió en propia fosa nasal. Luego recolectó orina, muestras de piel y heces. “El paciente que suministraba las heces sufría un ataque severo y tenía cuatro evacuaciones intestinales blandas al día”.
Mezcló los últimos ingredientes con harina de trigo para hacer una píldora… y se la tragó. “En la familia siempre nos ha parecido increíble que se pusiera en riesgo de esta manera. A menudo, cuando hablamos de esto entre familiares o con amigos, nos estremece”, contó Sharp.
El doctor Goldberger tenía muchos críticos. Foto: “El aventurero Goldberger” por R.P. Parsons
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Se sabe que Goldberger incluso persuadió a sus colegas para que se unieran a los experimentos, que calificó de “fiestas de inmundicia”. Y como si eso fuera poco, el doctor recogió un poco de sangre de un paciente infectado para inyectársela a sus voluntarios, incluida su esposa Mary.
“Los hombres no consintieron que tragara las pastillas, pero me dieron en el abdomen una inyección de sangre de una mujer que moría de pelagra”, escribió Mary, quien pudo estar en riesgo de contraer cualquier enfermedad. “Fue un acto de fe, no necesité valentía”, añadió.
"Mi abuelo estaba muy emocionado y muy contento de que ninguna de las personas que participaron en las fiestas de inmundicia sufrieran de nada serio más allá de un poco de diarrea. A ninguno de ellos les dio pelagra”, sostuvo el nieto de Goldberger.
No fue el único en tomarse las píldoras, sino que también involucró a su familia. Foto: BBC
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Goldberger estaba muy contento porque finalmente lo había logrado: tenía todas las pruebas para demostrar que la pelagra no era contagiosa, sino una deficiencia dietética que afectaba a miles de personas por su mala alimentación.
Cuando decidió hacerlo público, lo primero que recibió fue una tormenta de violentas y amargas críticas de sus colegas y ciudadanos. Por ello, decidió encontrar una cura barata y simple para la Pelagra.
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En 1923, Goldberger encontró la cura al experimentar con perros a los que les hizo comer una dieta sureña, pero ellos no quisieron comerlo. Ante ello, el médico les comenzó a dar un estimulante del apetito. Pasó el tiempo y los animales jamás se enfermaron.
Finalmente, se dio cuenta de que el estimulante era lo que los estaba protegiendo: la levadura. Cuando la pelagra se iba intensificando, el doctor llevó levadura a los enfermos y sorprendentemente, solo bastó unas cucharaditas diarias para curarlos.
No fue el único en tomarse las píldoras, sino que también involucró a su familia. Foto: BBC Finalmente, el doctor Goldberger probó que estaba en lo cierto. Foto: anuncio de la cura de la pelagra: “Empieza con la dieta errada”
Goldberger fue proclamado un héroe. Años más tarde, un químico aisló el factor de prevención de la pelagra en la levadura y lo convirtió en una vitamina llamada niacina. El gobierno de EE. UU. le ordenó a los molinos fortificar la harina con niacina.
Por ello, hasta la actualidad, se tiene conocimiento que la niacina es esencial para una piel sana y para un buen funcionamiento del sistema digestivo y nervioso.